El Caracol pasa desapercibido. De eso se trata. Queda a mano derecha cuando se sube por la carretera del Cap de la Nau. Poco después de la Creu del Portitxol, está el chalé más poderosamente moderno de Xàbia. Construido en 1964, lo diseñó el arquitecto gallego Manuel Jorge, quien hacía un año escaso que se había instalado en el pueblo junto a su esposa, la pintora finlandesa Christine Snellman. Manuel Jorge ya se había embebido de las estéticas mediterráneas, dado que antes de llegar a Xàbia había vivido en Menorca y Cadaqués.

El arquitecto descubrió uno de los parajes más bellos del litoral valenciano, el del Portitxol. Sus primeros encargos se los hizo Guillermo Pons, un adelantado a su tiempo. Suyo era el codiciado paraíso del Portitxol. Pero eligió preservarlo. Pons, pionero del ecologismo, hizo buenas migas con Manuel Jorge, quien, influido por Frank Lloyd Wright y Óscar Niemeyer, propugnaba la arquitectura orgánica y la integración de los nuevos edificios en el paisaje.

El Caracol forma parte de las primeras obras del arquitecto. Y refleja esa premisa de la arquitectura orgánica de inspirarse en la naturaleza y hacer viviendas sostenibles. Este chalé bebe del acervo constructivo de la Marina Alta. Las tejas, las formas onduladas, los recios muros encalados€ todo enlaza con la tradición. El semisótano habitable reproduce un muro de piedra en seco. En el antiguo paisaje del Portitxol, dominaban las terrazas abancaladas de viñas.

Manuel Jorge recoge toda esa herencia y la reinterpreta en una casa que hoy sigue siendo radicalmente moderna. El chalé está deshabitado. Pero respira vida.

El nombre de Caracol es perfecto. La parte superior asemeja, con sus muros y tejado curvos, la concha espiral de un caracol. Otra solución que es habitual en las obras de esta primera época de Manuel Jorge es la de la celosía de ladrillo. La intensa luz del Mediterráneo se cuela en la casa matizada.

Este chalé dista un mundo de la arquitectura de lujo que en los últimos años se ha impuesto en Xàbia. La pretensión del Caracol es integrarse en el paisaje, no transformarlo. El arquitecto elige materiales del terreno y se inspira en la tradición, porque allí están las soluciones más brillantes a problemas como el de la orientación, la incidencia del fuerte sol o el desnivel. La pendiente de la parcela la salva con una planta semisótano que recrea un muro tradicional de piedra en seco.

En contraste, los nuevos chalés de lujo, esos que se están levantando en los acantilados de Xàbia, son arquitecturas deslocalizadas, que no dialogan ni se integran en el paisaje. En sus líneas rectas y grandes cristaleras, se han vuelto uniformes. Hace unos años llamaban la atención. Pero su estética ya no sorprende. En cambio, el Caracol, que quiere pasar desapercibido, sí mantiene la fuerza insuperable de la originalidad.