Se agarró al Montgó para salvar la vida. El náufrago alemán de 50 años que en la tarde del martes llegó al club náutico de Xàbia tras navegar diez horas en un pequeño bote salvavidas se guió por la montaña litoral de Xàbia y Dénia. Cuando, al amanecer, su velero se hundió (había chocado a las 4 de la madrugada con un objeto que el navegante no acertó a identificar), el náufrago, que es un avezado marino, se enfrentó al primer dilema de su angustiosa odisea: poner rumbo a Es Vedrà, en Ibiza, que le quedaba a unas 19 millas, o dirigirse al cabo de Sant Antoni, a 30 millas. Y optó por esto último. Atisbó la silueta del Montgó en la lejanía. Fue una señal.

«Llegó a tierra en el bote y enfundado en un chubasquero. Nos sorprendió que lo primero que hizo fue tirarse a tierra. Vimos que estaba destrozado y muy débil», relató ayer en el club náutico de Xàbia uno de los vecinos que ayudó al náufrago nada más llegar éste a puerto. El navegante es alemán, aunque reside en Martinica, y había zarpado días antes de Torrevieja en el velero de su padre fallecido. Llegó a Ibiza. Y luego puso rumbo a la Península. De madrugada, escuchó un estrépito y sintió una sacudida. El barco, de 13 metros de eslora y de bandera alemana, había colisionado contra lo que los marinos llaman un OFNI (Objeto Flotante No Identificado). Tuvo tres horas hasta que se fue a pique. Comenzaba un duro ejercicio de supervivencia.

Los dos vecinos de Xàbia que le socorrieron relataron ayer que les explicó que en ese lapso preparó el bote auxiliar (subió dos garrafas de gasolina), metió en una mochila la documentación y se aprovisionó con varias botellas de agua y galletas. Llevaba también un compás náutico para orientarse. Este hombre es un navegante experto que ha cruzado varias veces el Atlántico y ha surcado el Índico. Pero la fatalidad le abordó en el Mediterráneo. El bote, les explicó a los dos vecinos de Xàbia, hacia agua cuando le daba gas al motor.

Al náufrago le pasó un mercante a unos 200 metros. Entonces disparó hasta tres bengalas (la barca quedó tiznada de carbonilla). Pero el buque pasó de largo. «Ya en tierra, nos dijo que todavía le zumbaban con fuerza los oídos de las detonaciones».

El náufrago ya se convenció de que nadie le rescataría. Cuando diez horas después arribó al club náutico de Xàbia, quienes lo vieron derrumbarse en tierra se quedaron perplejos. Un matrimonio de Zúrich fue el primero que lo atendió. El navegante balbuceó sus primeras palabras en horas. El matrimonio, junto a los dos vecinos citados (uno es patrón de barco), le ayudaron a ir hasta la terraza del restaurante del club náutico. «Estaba deshidratado, muy débil y agarrotado por la tensión. Pasaron más de dos horas hasta que se restableció un poco y pudo levantarse y empezar a caminar», explicó uno de los vecinos que lo socorrieron.

Les contó su odisea. Incluso les describió el momento en el que el velero de su padre se hundía definitivamente y salía el sol.

El navegante, ya a salvo, bebió agua fresca a pequeños sorbos. «Se humedecía los labios porque no le entraba nada». Luego comió dulces y un bocadillo. Acudió una patrulla de la Guardia Civil para efectuar un informe del hundimiento. El navegante incluso los acompañó al cuartel para interponer la denuncia del naufragio. Y ya no hizo siquiera noche en Xàbia. Un amigo de Torrevieja se desplazó a recogerlo.

Estuvo en un tris de morir en un mar que, por suerte, ese día estaba totalmente en calma. El Montgó también se le apareció. La montaña que ha guiado desde antiguo a miles de navegantes fue la tabla de salvación de este náufrago alemán.