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La Muralla Roja también se blinda contra los drones

Un inhibidor abate los aparatos que sobrevuelan el edificio de Calp diseñado por Ricardo Bofill - La comunidad de propietarios espanta a los numerosos curiosos

La Muralla Roja también se blinda contra los drones

Inexpugnable. La Muralla Roja también levanta, como la canción de Alberto Cortez, castillos en el aire. Se blinda contra los drones. A la comunidad de propietarios le irrita el zumbido de estas aeronaves pilotadas por control remoto. Y, sobre todo, le escama que se tomen imágenes desde el cielo. Este icónico edificio de Calp, objeto de deseo de los «influencers», se ha convertido en un bastión de la privacidad. Es justo lo contrario de lo que pretendía el arquitecto que ideó este laberinto inspirado en las alcazabas ( kasbah) de rojo adobe del norte de África. Ricardo Bofill Levi perseguía la utopía de crear espacios abiertos, sociales y de convivencia. Pero el nombre de muralla le ha ganado la partida el adjetivo (roja) de espíritu socializador. La utopía se ha estampado con la realidad de unos propietarios extremadamente celosos de su intimidad.

La comunidad de propietarios ha colocado nuevos carteles junto a los que advierten de que colarse en el edificio es «allanamiento de morada», un delito «castigado con penas de prisión de 6 meses a 2 años». Los nuevos letreros aluden a esos moscones que son los drones. Precisa que la comunidad ha instalado un inhibidor y que no se hace responsable de los aparatos que se estrellen.

Es evidente que los propietarios también se han hartado de los pilotos que capturan desde el aire espectaculares imágenes de la Muralla Roja. Esta maravilla arquitectónica sorprende desde todos sus ángulos. Los vídeos que se grabaron antes de que el inhibidor abatiese los drones son espectaculares. No hay nada igual a la Muralla Roja. Su cromatismo, en el que predomina el rojo intenso, pero que también incluye distintas gradaciones de azul (celeste, índigo, violeta), y la geometría del laberinto de pasillos y escaleras crean uno de los conjuntos residenciales más revolucionarios y bellos de Europa.

Los propietarios viven acastillados. Una valla que le da la vuelta a todo el edificio y los intimidantes carteles espantan a los curiosos. Estaban hasta el gorro de tropezarse en la puerta de su casa con intrusos. Es comprensible que quieran poner freno a la avalancha de entrometidos. Viven en la Muralla Roja. Y lo que menos les apetece es que aquello se convierta en un parque de atracciones.

Por otra parte, este edificio tiene la fuerza y la universalidad del monumento. A los «influencers» les puede llamar hacerse la foto y subirla a las redes. No hay más trascendencia que el instante. Pero los amantes del arte y de la arquitectura sí aspiran a paladear con paciencia la Muralla Roja, a descubrir las formidables soluciones arquitectónicas, a admirar el inspiradísimo edificio que diseñó Ricardo Bofill en 1968 (se terminó de construir en 1972).

El equilibro entre la defensa de la intimidad y el interés apasionado que despierta la Muralla Roja se resolverá cuando, por fin, se declare, junto al Xanadú y el Club Social, obras también de Bofill, Bien de Interés Cultural (BIC). El ayuntamiento inició hace unos años el expediente. El BIC obliga a establecer un régimen ordenado de visitas.

Por otra parte, los propietarios sí reciben con los brazos abiertos a las firmas de publicidad que le echan el ojo a la Muralla Roja. La comunidad hace caja. El común de los mortales debe conformarse por ahora con intuir en los anuncios la belleza interior de este prodigio arquitectónico.

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