Justo ahora se cumplen 20 años de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana que declaró la caducidad de la licencia concedida por el Ayuntamiento de Dénia para levantar 616 adosados en lo alto de la Lloma del Castañar, en pleno parque natural del Montgó. La empresa promotora, Sociedad de Estudios de Transacciones Inmobiliarias, que tenía sede en Ginebra (Suiza), llegó a construir 111 viviendas (quedaron, eso sí, inacabadas). A esa enorme ruina se la conoce como el «poblado fantasma». El nombre original de urbanización, El Greco, ya prácticamente se ha olvidado.
La citada sentencia dio vía libre a una demolición que no llega. Mientras, los enormes muros se desmoronan. También caen toneladas de cascotes. Es un proceso lento. Pero la piqueta del tiempo es implacable. Socava poco a poco la mole más sólida.
Al impacto de la mole de hormigón se une el de los desprendimientos que caen ladera abajo y arrasan la vegetación. Esta zona del Montgó se ha convertido en una inmensa escombrera. Es con diferencia el punto del parque natural que sufre un deterioro paisajístico más acusado. Los escombros ruedan hasta el fondo del barranco. Allí abajo también hay grandes y herrumbrosas tuberías de metal.
La demolición cuesta, claro está, un dineral. No es fácil borrar la barbaridad que en los años 70 transformó la Lloma del Castanyar. El movimiento de obras fue enorme. Se construyeron grandes y potentes muros de piedra que, sin embargo, se han revelado más frágiles que los centenarios y humildes márgenes agrícolas de piedra en seco que aterrazan estas vertientes del Montgó.
Esta urbanización fantasma es el «Algarrobico valenciano». El hotel ilegal construido en plena playa de Carboneras (Almería) también está abocado a una demolición que no llega. Los símbolos de la desmesura urbanística no se eliminan así como así.
