Ya se puede desgañitar el Ayuntamiento de Xàbia y advertir sin fin que saltar al mar desde los acantilados es un práctica de enorme riesgo. No hay forma de disuadir a los bañistas. Cada verano encuentran nuevas plataformas desde las que lanzarse al agua. El vértigo es un nuevo atractivo turístico. Además, la costa de acantilados es incontrolable. Los aficionados a saltar desde los cortados están a sus anchas en la costa del Tangó (los acantilados del cabo de Sant Antoni), en Ambolo y en las antiguas pesqueres de cingle.

La escarpada costa ofrece infinitas posibilidades de saltos. En el Cap Negre, en el acantilado que cierra por el sur la bahía del Portitxol, los bañistas han descubierto un nuevo trampolín natural que pone la adrenalina a mil. La altura, de más de 20 metros, asusta. Además, el cortado hace comba. Hay que impulsarse con fuerza. Con todo, mientras se cae al vacío, se tiene la sensación de que la abrupta pared de piedra está cada vez más cerca.

Benitatxell sí consiguió hace unos años desterrar o al menos reducir considerablemente está afición de saltar desde los acantilados al mar. Aprobó una ordenanza que prohíbe tirarse desde los cortados y que castiga con multas a los bañistas que se hacen los locos. Este municipio lo tiene más sencillo, ya que los saltos se solían realizar en los acantilados que flanquean la cala del Moraig. Los socorristas (la vigilancia la presta SVS, una empresa con amplia experiencia en este abrupto litoral) y la policía local no pierden de vista las zonas habituales de saltos.

En Xàbia, sí se ha puesto fin a la práctica de lanzarse al mar desde el cortado del extremo sur de la playa del Arenal o desde los salientes de piedra de la Granadella. Son zonas vigiladas por la Cruz Roja. Pero luego hay kilómetros de acantilados a los que es difícil llegar. Los socorristas realizan patrullas rutinarias. Pero es imposible evitar que los bañistas, que llegan en kayaks y embarcaciones o que bajan por las sendas de les pesqueres, trepen por las rocas y alcancen altura para dibujar saltos que, si se miden mal, pueden acabar en un fuerte impacto contra el agua o, lo que es peor, en un terrible porrazo con las rocas.