Hormigón y grandes cristaleras por las que, sin poner un pie fuera de casa, entra la luz y el paisaje. Los chalés de lujo que se han levantado en los últimos años en los acantilados de Xàbia, en les Rotes de Dénia, en el Portet de Moraira o en el promontorio de Benimarco de Benissa parecen concebidos para la nueva era de la distancia social. Ese aire de búnker, los rotundos muros, el aislamiento que buscan sus propietarios (reservados millonarios) y las líneas rectas, limpias e higiénicas los convierten en refugios infranqueables a las pandemias.

Este segmento ha gozado hasta ahora de una formidable salud. Ni se constipó en la crisis del ladrillo de 2008. Al contrario, tiró del carro. Cuando no se movía ni una piedra, se construían en el litoral de Xàbia chalés que quitaban el hipo.

Pero ahora todo es distinto. Tras el parón de 15 días, las obras de estas casas de lujo se han reactivado a medio gas. Los promotores, antes enfrascados en la búsqueda de parcelas privilegiadas (ya compraban chalés construidos hace unas décadas para derribarlos y alzar casas de hormigón de rectilínea arquitectura), han pisado el freno. Pero la actividad sí ha vuelto a chalés en ciernes de la exclusiva urbanización de la Corona, de la cala de la Barraca o de Ambolo (Xàbia). No es el frenesí de antes de la crisis del coronavirus, pero el sector se despereza.

Los promotores sondeados por este diario son en extremo cautos. Temen, sobre todo, el nubarrón de un prolongado cierre de fronteras. El mercado que mejor funcionaba en los últimos tiempos era el de Europa del Este. Esos adinerados clientes anhelaban la intimidad que les prometían estos búnkeres con vistas increíbles al mar. Los empresarios confían en que este segmento de los chalés de lujo lidere como en 2008 la recuperación urbanística.