Por fin, la cultura.

Incolora, inodora, insípida. Se le presume la neutralidad. Pero el agua también gotea, borbotea, burbujea, fluye o ruge como una cascada. «¡Agua!», la obra de teatro de la dramaturga Rosa J. Devesa que la compañía SaludArte estrenó el pasado 3 de septiembre en el Teatro Círculo de Benimaclet (estará en cartel hasta el día 13), es una catarata de emociones. Tiene la fuerza y el desgarro del trueno que anuncia el agua, y el poder catártico de la tormenta.

«¡Agua!» se sumerge en un abismo apenas inexplorado, el de la represión y las torturas que sufrieron las mujeres en las cárceles franquistas de la posguerra. Rosa J. Devesa es la productora y también una de las excelentes actrices de esta obra repleta de aciertos. La puesta en escena, de una sencillez abrumadora, resuelve con ritmo y naturalidad el «flashback» que nos lleva del presente (de un lugar de ficticia felicidad consumista como es un centro comercial) al pasado de las terribles prisiones de la dictadura.

La iluminación de matices blanquecinos y verdes evoca un mundo acuático, claustrofóbico. Inunda la escena de destellos de luna y de profundos líquenes. Las referencias a Lorca, el gran genio del teatro, son inevitables. El artífice de esta atmósfera hipnótica es Quique Culebras.

El decorado, minimalista, sobrio, traslada al espectador a ese espacio lúgubre, seco y opresivo de las rejas y el encierro. El arquitecto Ricardo Devesa ha diseñado la escenografía. Se inspira en el baldaquino, elemento arquitectónico que cubre un lugar sagrado. Las actrices quedan aprisionadas bajo ese dosel que las asfixia, que les arrebata el cielo, el sol, las nubes, el agua y la libertad.

La música, compuesta e interpretada en directo por Maria Àngels Faus, musicóloga y magnífica flautista, es esencial en el ritmo de la obra. Se intercalan canciones que cantaban las presas. Sobrecoge el «Yo te daré» (melodía que Shostakóvich transformó en vals tras eschuchársela tararear a los niños españoles exiliados a la Unión Soviética), convertido aquí en una atormentada súplica de agua.

Las verídicas cartas de las presas también forman parte de la tramoya. Refuerzan la honestidad de la obra.

La puesta en escena apela al público. Cuando las actrices disparan con linternas ráfagas de luz, se hace añicos la cuarta pared. Los espectadores son partícipes del deslumbramiento, del terror, de la perversidad de la tortura.

Pero sobre esa depurada escenografía surgen las actrices Rosa J. Devesa, Padi Padilla, Cybele Buffile y Ana Mengíbar. Su trabajo es espléndido. Arrebatadas de dolor, rotas por la tortura, sedientas de libertad, desconsoladas madres que extrañan a sus hijos... cantan, bailan, dan voz a la dignidad de esas mujeres encarcelas y torturadas en las prisiones de la dictadura. Excelente la dirección de Teresa Urroz, casi una maga capaz de transmutar un texto teatral en todo un universo dramático y catártico que vibra con las coreografías de Ana Feliu.

El teatro, una vez más, se convierte en una valiente reflexión sobre el horror. Es importante desvelar cómo se ha gestado «¡Agua!». Rosa J. Devesa creó «Me da miedo la noche», una obra estrenada en el I Congreso sobre Memoria Histórica de Barcelona. Se inspiraba en los poemas que escribió en la cárcel Modelo de Barcelona Josep Domènech i Avellanet, fusilado en 1942 en el Camp de la Bota. Natàlia Sans, su compañera, encontró cosidos en su ropa 28 poemas garabateados en papel de fumar. Tardó 56 años en conseguir que una editorial los publicase. Tras esa primera representación, familiares del represaliado que conocían la historia se acercaron a la dramaturga y le entregaron copias de las cartas que Josep envió desde la prisión a su madre.

Esas misivas son el cañamazo sobre el que Rosa J. Devesa teje «¡Agua!», una obra poderosa como un torrente. Las voces silenciadas atruenan. Regresan para reparar la injusticia de la represión y el olvido.

Por fin, el teatro. Por fin, la cultura. Por fin, la memoria.