En estos tiempos de pandemia, de soledad, en el que los nervios de todos están a flor de piel, la noticia de un nacimiento ha cambiado la vida de la Vall d’Ebo, uno de los pequeños municipios del interior de la Marina Alta. El bebé nació el pasado 23 de marzo, y los 218 habitantes del pueblo se han convertido en su mejor padrino.

Han pasado nada más y nada menos que 12 años entre el alumbramiento de Noa y Milán. Noa, fue la última niña que nació en el municipio. Ahora vive entre Pego y la Vall d’Ebo, sus padres decidieron trasladarse allí para que fuera al colegio con más niños. La falta de escolares obligó hace tres años a cerrar precisamente el centro educativo. Milán no hará que se reabra, pero puede animar a más familias a desarrollar su proyecto de vida en la Vall.

Así, Noa manda un mensaje al recién nacido: «Espero que de aquí a algunos años pueda jugar en la calle, como yo hago con mis amigas». Noa se mostró muy contenta de que haya nacido un niño en su pueblo. Es un sentimiento que recorre todos los rincones, es la comidilla entre los vecinos y la conversación en el parque, el bar... Todos quieren conocerle.

Los padres de Milán, Amelie y Rafael son de origen francés. Una pareja de las muchas que llegaron a la localidad como turistas. Un familiar ya se había asentado hace años. Otro pariente vive en Oliva.

Según explicó Rafael, ellos vivían en Francia y un día decidieron dar un cambio a su vida, querían abrir un bar de tapas. En una de esas visitas a su familiar en la Vall d’Ebo, se enteraron de que los propietarios del bar del pueblo se jubilaban y querían traspasarlo.

No se lo pensaron y decidieron cogerlo. «Durante diez meses los antiguos propietarios nos enseñaron todo», comentó Rafael. Lo más importante «cómo hacer tapas y platos caseros», el secreto del éxito del negocio. «No son como las de allí bajo, donde todo es industrial», aseguró.

El bar funciona. Sus clientes son los propios vecinos, pero también turistas, senderistas, ciclistas o motoristas que paran allí para reponer fuerzas; todos acaban en el local de Amelie y Rafael tras visitar espacios naturales de la zona de gran valor como la Cova del Rull.

Los vecinos esperan que el nacimiento de Milán suponga un revulsivo, pero necesitan una ayuda. «De la agricultura no se puede vivir», lamenta Santiago, quien suspira por algún tipo de industria que se instale en el municipio. Atraería a familias y, con ellas, nuevos nacimientos. Este vecino recuerda que «antes» hacían los 60 kilómetros de carretera «todos los días», pero ahora no, la gente no quiere «recorrerlos». Eran otros tiempos. Que quizás vuelvan.