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El declive imparable de la Teulada gótica

Los grandes maceteros, los cableados o los contenedores de basura menoscaban la belleza de las calles

Grandes maceteros colocados en medio de una estrecha calle y que prácticamente la bloquean. | A. P. F.

Lo aparatoso le sienta fatal al centro histórico de Teulada. Un ejemplo: en la estrecha calleja que separa la ermita de la Divina Pastora y la iglesia de Santa Caterina, se han colocado unos enormes maceteros de hierro fundido. Los viandantes tienen que esquivarlos. Ocupan un buen trozo de calle y echan a perder una de las perspectivas más bellas de este casco antiguo, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) el 7 de diciembre de 2007. Y aparatosos son también los contenedores de basura colocados en el antiguo Portal medieval d’Avall. Quien accede por aquí a la «Teulada gótica amurallada», nombre del BIC, no se imagina que se está adentrando en uno de los núcleos antiguos más bellos de la Comunitat Valenciana. Tampoco se le dan pistas. Los paneles explicativos son escasos y están pintarrajeados y deteriorados.

En la casa en cuyo lateral el ayuntamiento ha colocado los horribles contenedores, asoma un atisbo de esperanza. Los vecinos han colgado carteles en los que se lee «Salvem la Teulada gòtica enmurallada». Es importante que entre los vecinos prenda la estima por el valioso patrimonio que tienen a la puerta de sus casas. Sí, lo de la puerta es de lo más apropiado, toda vez que uno de los elementos arquitectónicos que más salta a la vista es el de los preciosos arcos adintelados de piedra tosca. Una maravilla. Pero los arcos están maltratados. Se han claveteado en sus dovelas auténticas marañas de cables.

Otro síntoma (quizá el más procupante) de que este casco antiguo declina es el de las numerosas casas que están a la venta. El cartel de se vende cuelga en una veintena de viviendas. Algunas están abandonadas y empiezan a mostrar indicios de ruina.

La Teulada gótica necesita de forma urgente un plan de revitalización. No hay comercio. Languidece. Y, sin embargo, cuando en verano el sol se pone, los vecinos sacan las sillas a la calle y conversan. Mientras, los niños juegan. La calle es suya. No hay coches (sin embargo, sí se cuelan en la plaza de la iglesia pese a que está prohibido). Vivir aquí debería ser un gozo. Un gozo sutil al que todo lo aparatoso le perjudica.

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