El yacimiento arqueológico de la bahía y l’Illa del Portitxol de Xàbia esconde una historia milenaria que va saliendo a la luz a retazos (el último y deslumbrante, el del tesoro de las 53 monedas romanas de oro). Pero hay otras historias recientes que demuestran que la generosidad y el respeto por el pasado son esenciales para preservar un tramo de costa, el comprendido entre el Cap Prim y el Cap Negre, que fue un fondeadero natural (el topónimo de Portitxol no deja lugar a dudas) desde la antigüedad. Luis Lens Pardo y César Gimeno Alcalá, los dos veraneantes que pasaban un día de playa con sus familias y que, buceando, encontraron las primeras ocho monedas de oro del tesoro de 53 lo tuvieron claro. Avisaron al ayuntamiento y colaboraron codo a codo con los arqueólogos Álex Pérez y Jordi Blázquez, que forman parte del proyecto de investigación que desarrollan en el Portitxol la Universidad de Alicante (UA) y el Museo Soler Blasco de Xàbia. Su excepcional descubrimiento debía disfrutarlo todo el mundo.

Bucedaores que colaboran con el Museo Soler Blasco de Xàbia y que han localizado hallazgos Museo de Xàbia

Antes que ellos, otros ciudadanos de a pie también hicieron posible que la riqueza arqueológica del Portitxol llegara a todos.

Los descubridores del tesoro y sus familias posan junto a las 53 monedas romanas de oro

Uno de los objetivos del actual proyecto de investigación, en el que, además de los citados arqueólogos, participan Joaquim Bolufer, director del museo de Xàbia, Jaime Molina, catedrático de Historia Antigua de la UA, y José Antonio Moya, investigador del Instituto Universitario de Arqueología y Patrimonio de la UA, es convertir este litoral en una suerte de museo bajo el agua. En el Mediterráneo ya existe uno, el de la isla griega de Alónissos, en el mar Egeo.

El precursor de esta idea fue un funcionario alemán de prisiones. Dieter Jary realizó la primera inmersión en el Portitxol en 2011. Y quedó fascinado. Siempre que podía viajaba desde Alemania a Xàbia a sumergirse en estos fondos marinos. Junto a su amigo Rab Ronaldson, empezó a localizar las anclas para crear una ruta de buceo de unos 45 minutos que permitiera descubrir este impresionante patrimonio. Este litoral, como luego han constatado los arqueólogos, alberga la mayor concentración de anclas históricas del Mediterráneo.

Dieter Jary no pudo ver cumplido su sueño. Se le diagnosticó un cáncer y murió a los pocos meses. Pero su fascinación por la historia del Portitxol y su entusiasta colaboración con los expertos son un ejemplo frente a los cazatesoros y expoliadores.

El museo de Xàbia inauguró en 2008 su sala de arqueología subacuática. La colección es impresionante. Cuenta con 206 ánforas enteras y fragmentadas. Muchos de estos materiales los donaron los buceadores Cristóbal Miravet y Philippe Lafaurie, que también han localizado hallazgos y lo han comunicado a los arqueólogos. Otro estrecho colaborador es Roberto García Cendan, que trabaja en el Museo del Ejército de Toledo y es un gran aficionado al submarinismo.

El fundador del Museo Soler Blasco, Juan Bautista Soler Blasco, que fue alcalde de Xàbia durante la transición, también tiene un lugar relevante en esta historia. Supo que un saqueador quería llevarse materiales que había esquilmado en el Portitxol. Avisó a la Guardia Civil y logró recuperarlos. Ocurrió a principios de los años 80, cuando la concienciación arqueológica todavía era tibia.

El arqueólogo de Xàbia Joaquim Bolufer explica bien que los descubrimientos en un yacimiento como el del Portitxol no caen del cielo. «Es como encontrar una estatua en el Partenón». Este bello y turístico litoral es un gran libro de historia. Hay que leerlo con veneración y curiosidad, pero sin tocar ni remover nada.