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La aventura americana de más de 15.000 valencianos

Diez vecinos de Orba que en 1906 llegaron a Montreal abrieron el camino de la emigración

La aventura americana de más de 15.000 valencianos

Llegaba el verano y los «americanos» regresaban a Benigembla, Orba o Murla. El fenómeno de la emigración masiva de valencianos, sobre todo de vecinos de la Marina Alta, a principios del siglo XX a Estados Unidos, Canadá o Argentina se conocía. Pero faltaba estudiarlo de forma exhaustiva. Teresa Morell inició el camino con «Valencians a Nova York. El cas de la Marina Alta (1912-1920)». El escritor de Benissa Bernat Capó ya en 2008 había dado vuelo literario a esta peripecia en «Viatges i aventures de Pere Bigot. De Berdica a Nova York».

La aventura americana de más de 15.000 valencianos

Luego el periodista Juli Esteve se embarcó en «Del Montgó a Manhattan. Valencians a Nova York», un proyecto formidable plasmado en cuatro documentales. Recogió más de 700 testimonios y trazó un friso de historia oral que es fundamental para entender este fenómeno migratorio. El viernes presentó en la Casa de Cultura de Dénia el libro «L’emigració valenciana als Estats Units i Canadà: El somni americà contra el caciquisme i la fil.loxera». Y desveló que su curiosidad por esta migración masiva surgió cuando en 1988 fue con su entonces novia, Xaro Vicens, a conocer en Pego a sus futuros suegros. Le hablaron del abuelo de Xaro, Salvador Pastor, uno de los 986 pegolinos que entre 1906 y 1920 hicieron las maletas y cruzaron el Atlántico.

La aventura americana de más de 15.000 valencianos

Esteve ha buscado a los emigrantes y a sus descendientes. En Gata de Gorgos, entrevistó en 2013 a Tonica Signes Fenoll, la última emigrante que seguía viva. Tonica tenía 5 años cuando con sus padres desembarcó del Olympic en Nueva York. Su testimonio es valiosísimo. Contaba que la retuvieron en la isla de Ellis (el islote en el que estaba la aduana) porque antes se había caído y tenía un ojo morado.

El periodista también recogió los testimonios de hijos de emigrantes que ya no volvieron, como María Moreno, de padres de Dénia, Jack Cervera, que recordaba que su padre leía a escondidas las cartas que le enviaba su familia desde Orba y se echaba a llorar, o de John Signes, hijo de padres de Gata y Oliva que participó como soldado estadounidense en el desembarco de Normandía («Siempre he tenido suerte y todavía estoy aquí», relataba John a sus casi 100 años en un valenciano perfecto, pero con acento americano).

El autor lamentó no haber iniciado las entrevistas 20 años antes y poder haber hablado con más emigrantes.

Juli Esteve también repasó todos los registros de entrada a Estados Unidos y Canadá. 15.758 valencianos emigraron. La mayoría eran hombres y habían dejado atrás pueblos de la Marina arruinados por la filoxera (la plaga que arrasó las viñas). La inhumana represión que ejercían los caciques también les empujó a perseguir el sueño americano.

Los primeros que hicieron las maletas (raídas maletas) fueron diez vecinos de Orba. En 1906 llegaron a Montreal. En los pueblos de la Marina se corrió la voz de que aquella orilla del Atlántico era una tierra de promisión. Aquí los agricultores y jornaleros se las veían negras para sacar adelante a sus familias. Se deslomaban y solo ganaban entre 100 y 150 pesetas al año. En Estados Unidos y Canadá, cobraban ese dinero en una semana (7.500 dólares al año). La fonda La Valenciana, en Nueva York, funcionaba como agencia de colocación. La fundó Joan Pons, un emigrante de Orba.

Esteve escribió durante el confinamiento este ensayo sobre la epopeya de los valencianos en América. Ya es curioso que en ese momento de encierro el autor rescatara los testimonios de los emigrantes, los viajeros que cruzaban fronteras para escapar de la miseria y el hambre. En el prólogo recoge unas palabras de Nadège Font, una vecina de Xaló que nació en Argel donde emigró su bisabuela de Tàrbena en 1870. «Llegó a Sidi Ferruch (un pueblo costero de Argelia) en una patera», rememoraba Nadège.

«Este fenómeno de la emigración de los valencianos es uno de los secretos mejor guardados. Y nos viene bien recordarlo, ya que hay gente con muy poca memoria. Hace 150 años éramos nosotros los que llegábamos en pateras a las playas de Argelia», subrayó Esteve.

La archivera de Dénia y presidenta del Institut d’Estudis Comarcals de la Marina Alta, Rosa Seser, afirmó que esta obra, al reunir tantísimos testimonios, es «una excelente fuente de historia oral».

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