La Dénia de los sabios y poetas de hace mil años

Ibn Hazm, quien escribió en Xàtiva «El collar de la paloma», fue uno de los grandes intelectuales de la taifa

Detalles de palomas en una cerámica islámica hallada en Dénia.

Detalles de palomas en una cerámica islámica hallada en Dénia. / Elena Martínez

Alfons Padilla

Alfons Padilla

Dénia fue el parnaso. De eso hace nada menos que mil años. La taifa de Muyahid y Ali reunió a una pléyade de sabios y poetas. Ese esplendor intelectual funcionaba como un imán. El brillo de la medina Daniya también sedujo a Inb Hazm, el autor de «El collar de la paloma». El poeta escribió ese tratado del amor, una de las grandes obras de la literatura andalusí y árabe, en 1022. Estaba exiliado en Xàtiva, ciudad que ahora está conmemorando los mil años de esa gran obra (es famosa la edición que prologó a principios del siglo XX Ortega y Gasset).

Y en Xàtiva el arqueólogo Josep A. Gisbert ofrecerá este martes una charla sobre «el paisaje literario e intelectual» que encontró Inb Hazm en Dénia y Mallorca, las medinas en las que vivió tras dejar la capital de la Costera.

El arqueólogo explicó a Levante-EMV que Muyahid, el fundador de la taifa de Dénia, fue un rey ilustrado y al que le gustaba rodearse de la crema de la intelectualidad de su época. La medina acogió a importantes juristas, poetas, filósofos, teólogos e historiadores. Uno de ellos fue Inb Darraj al-Qastalli, poeta áulico que cantó las gestas de Almanzor. También vivieron en la Dénia de hace mil años el gran filólogo y lexicógrafo Ibn Sida «el ciego de Murcia», el escritor y maestro de recitación coránica Abu’Amr al-Dani o el poeta Ibn al-Labbana, que nació en Benissadeví, ahora Jesús Pobre.

«Muyahid y su hijo Ali admiraban la poesía árabe y gustaban de rodearse de los mejores autores de su tiempo», indica Gisbert. Era habitual que los poetas le dedicaran panegíricos a los reyes. Muyahid los tuvo, pero se reía de los elogios hiperbólicos. El arqueólogo también apunta que estos eruditos se enzarzaban en disputas de sabios y quien perdía tenía que buscarse la vida en otros lares. Era, desde luego, una manera mucho más civilizada de resolver una querella que la de los duelos a sangre de los caballeros cristianos.

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