El fuego se echaba encima de los pueblos, el humo lo invadía todo, las cenizas caían del cielo y cientos de angustiados vecinos debían abandonar sus casas. El pavoroso incendio que desató un rayo en la Vall d’Ebo y que arrasó 12.150 hectáreas de las montañas de la Marina Alta y el Comtat fue algo más que una gran catástrofe natural. Se vivió como una experiencia traumática. Ha dejado impresiones sobrecogedoras en los más pequeños.

«Llovía ceniza y por la noche la luna estaba roja». Esa es una de las frases de la redacción en la que una niña de 10 años de Pego revive esos días de gran zozobra colectiva. Admite que sintió «miedo» e incluso estuvo «aterrada». Su descripción del resplandor de la luna recuerda aquel pasaje de Pío Baroja en el que comparaba «un crepúsculo rojo» con «la pupila inyectada de sangre de un monstruo». La luna roja es una imagen poderosísima.

La asociación Pego Viu. Col·lectiu de defensa del territori ha realizado un ejercicio supernecesario. Animó a los alumnos de 5º de primaria del colegio Ambra a plasmar en una redacción su experiencia del incendio. Pego Viu ha difundido ahora algunos de esos trabajos. Perseguía que los niños hicieran una suerte de «catarsis» y expresaran y canalizaran sus emociones.

«Me daba mucha rabia que el fuego lo arrasara todo», expresa uno de los alumnos. Todos coinciden en que sintieron «miedo». Empatizan con los desalojados y destacan la solidaridad de quienes acudieron a llevar comida y ropa al Espai Veïnal de Pego (allí estaban los evacuados). Uno de los alumnos rememora que se llevaron primero 1.000 kilos y luego otros 500 de hielo (en ese momento escaseaban los cubitos).

También describen la extraña sensación de ver un incendio que tenían allí mismo en las noticias de cadenas de televisión incluso «de Holanda». Les ha quedado hondamente grabado el ruido de los aviones y helicópteros que «pasaban sobre nuestras cabezas».

En los escritos, asoman sentimientos muy claros. Afloran el miedo, la tristeza por las montañas calcinadas y los animales muertos, la solidaridad con los desalojados y la gratitud a los bomberos y «a quienes trabajaron día y noche». También recuerdan con fuerza el momento en el que llegó la lluvia (y salió un esperanzador arcoíris) y ayudó a apagar las llamas.