Podría pensarse que venirse toda la familia a vivir a un pueblo que hace 45 años que está deshabitado es complicarse la vida. Pero Víctor, de 42 años y de profesión ingeniero de redes (network engineer), opina todo lo contrario. Aquí, en Llombai, el núcleo más pequeño de los ocho pueblos de la Vall de Gallinera, la vida es más sencilla y natural. "La tranquilidad que se respira no la cambiamos por nada".

Los vestigios de la antigua almazara

Los vestigios de la antigua almazara Marina Falcó

Víctor, su pareja y sus dos hijos, de 5 y 13 años, son una de las dos familias que se ha mudado a Llombai. La otra familia es británica. El abuelo, originario de Londres, compró hace años varias casas para hacer un negocio de alojamiento rural. La cosa no cuajó. Ahora él, su hija y su nieta de 5 años también se han instalado en este pueblo.

El precioso paisaje otoñal de Llombai

El precioso paisaje otoñal de Llombai Marina Falcó

Las dos familias llevan en Llombai desde Pascua. Fue entonces cuando este núcleo dejó de estar desierto y recobró la vida.

Víctor afirma que hace cuatro años él y su mujer decidieron dejar atrás la vorágine. Residían en Inglaterra. Volvieron al pueblo de su familia, Alpatró, otro de los núcleo de la Vall de Gallinera. Y entonces ya empezaron a acariciar la idea de restaurar una vieja casa de Llombai y trasladarse al pueblo deshabitado.

El agua más cristalina de toda la Vall de Gallinera

Agua cristalina. Llombai solo tiene una calle. Comienza con los vestigios de la antigua almazara (quedan las prensas y la piedra de moler) y acaba en el lavadero y su fuente de tres caños. Dicen los vecinos de la Vall de Gallinera que aquí mana el mejor agua de todo el valle. Es fresca y cristalina.

Víctor trabaja online. Algo bueno debía tener la globalización. Los nómadas digitales pueden vivir donde se les antoje.

La vida de esta familia no es distinta a la de cualquier otra de la Vall de Gallinera. Compran en la tienda de Alpatró y si tienen que llenar la despensa acuden a Pego o a Muro. Los dos niños van al colegio de Benialí. En Llombai tienen su huerta. Se respira paz. El ayuntamiento ha instalado en la calle farolas solares y se agradece ahora que los días son más cortos.

El lavadero y la fuente de tres caños de Llombai Marina Falcó

Este pueblo llevaba deshabitado 45 años. Su último morador, Stefan Gregor, fue casi un fantasma. Los vecinos nunca pudieron aclarar de dónde venía. Piensan que era yugoslavo y que fue un prófugo nazi. Murió en 1977 al igual que vivió: «en extrañas circunstancias».

Ahora el pueblo también se sacude ese pasado pelín tenebroso. Vuelve la vida. Dos familias con tres niños han devuelto las risas, los juegos y la esperanza (y el futuro) a Llombai.