Cuando el castillo de Dénia era privado y estaba lleno de viñas
La mayor parte de las «deliciosas casas de campo» de 1923, singulares por sus arquitecturas victorianas, han acabado derruidas
alfons padilla. dénia
«La guardiana exige para la visita un permiso escrito, que se da en casa de don Juan Morand, presidente de la Sociedad de Dueños del Castillo. Puede obtenerse por medio del Hotel o Casino Dianense».
Fin del viaje. La guía «Levante», de 1923, da mucho de sí. Su autor, el culto viajero Elías Tormo (Albaida, 1869; Madrid, 1957) recorrió en trenet «el país» de la Marina y descubrió la Dénia que todavía bullía con la exportación de la pasa (ya, eso sí, había estallado la crisis de la filoxera) y que era una pequeña Babilonia de cafés y teatros. También exploró los monumentos de Dénia y se sumergió en la historia de la ciudad. Y se apasionó. Se nota su deformación profesional. Elías Tormo fue historiador, arqueólogo, patrono del museo del Prado y ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes. La historia de Dénia merece capítulo aparte.
El viajero hablaba con conocimiento de causa. Había sido amigo de Roc Chabàs, fallecido en 1912, y había leído sus obras. Sus apuntes en la guía son fetén. Aunque el primero, el de que Dénia fue «una colonia griega focense, un Hemeroscopio (atalaya diurna) principal en el Levante», es hoy una hipótesis hoy más que cuestionada.
Elías Tormo subió al castillo. Pidió el permiso a sus dueños y se lo mostró a la estricta guardiana. Señala que la fortaleza, «testigo de todas las épocas», estaba en ruinas. Era de propiedad privada y se había transformado en finca agrícola. Las postales de la época muestran los bancales de «pedra seca» y las viñas.
También visitó las iglesias y conventos y se maravilló con sus tesoros de arte eclesiástico. El arqueólogo Josep A. Gisbert advierte de que numerosos altares, tallas y retablos se destruyeron durante la Guerra Civil (la República protegió antes ese patrimonio artístico) y también se disgregaron. Parte de este arte quedó en depósito de la Diputación de Alicante y nunca volvió a Dénia (también por desidia de las autoridades locales de la posguerra). Mientras, Roc Chabàs llevó a la Catedral de València un Sant Roc del siglo XV y un retablo de San Jeremías. Otro tesoro que Chabàs puso a buen recaudo fue el mosaico sepulcral de Severina, que está en el museo de Bellas Artes de València.
Seguro que a Elías Tormo le fascinó la riqueza histórica de la milenaria Dénia (la Dianium romana y la Daniya islámica). Pero también le sedujo su paisaje agrícola. «Los alrededores son risueños y deliciosas muchas de sus casas de campo», apuntó el viajero. Esa armonía rural y la belleza de la arquitectura integrada en el entorno (las casas de las partidas rurales de 1923 se levantaron en el siglo XIX y tenían rasgos victorianos) ha desaparecido casi totalmente. Gisbert recuerda que el proceso para proteger este patrimonio se vio truncado en 2015. El nuevo catálogo ignoraba la arquitectura rural. La piqueta ha acabado con la mayor parte de estas casas. Los «risueños alrededores» tienen ahora el aire hosco del hormigón y el abandono.
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