El paisaje destruido de la naranja en Dénia
El puerto dianense exportaba 10.045 arrobas de cítricos en 1834, solo superado por València y Cullera. Las acequias, vestigio del esfuerzo hercúleo del regadío, también se han destruido
La historia también se lee en el paisaje. Pero del pasado de Dénia como potencia de la naranja no queda prácticamente nada. Son pocos los agricultores que resisten. Las acequias, vestigio del esfuerzo hercúleo por transformar el secano de las viñas de moscatel en regadío, también han desaparecido. El urbanismo desaforado de a partir de la década de 1960 ha borrado una historia y un paisaje que deberían rescatarse para dar lustre y aroma a naranja a esa Dénia, Ciudad Creativa de la Gastronomía (título de la UNESCO), que reivindica el territorio y la cocina de kilómetro 0.
El arqueólogo Josep A. Gisbert lamenta la lenta e implacable destrucción de los grandes huertos de cítricos. Recuerda que la Dénia agrícola se levantó del gran golpe del «monstruo» de la filoxera, la plaga que destruyó las viñas y arruinó el esplendoroso comercio de la pasa. En 1834, cuando el secano seguía siendo preponderante, ya la naranja tenía fuerza. Ese año se exportaron desde el puerto de Dénia 10.045 arrobas (7.570 con destino a Londres y 2.475 a Nueva York). La ruta de la pasa era también la de la naranja. A Dénia solo la superaban València (19.444 arrobas) y Cullera (27.280). Gandia enviaba al año 3.000 arroba al puerto de Marsella.
Gisbert recuerda un antiguo refrán con muchas versiones que aludía a la «Dénia que rega amb sénia». José Chabás destacaba en 1927 la tenacidad de los agricultores de Dénia que, lejos de bajar los brazos ante la adversidad de la filoxera, replantaron «con serenidad y sin mendigar a los poderes públicos» olivos y naranjos.
La reconversión agrícola supuso un colosal esfuerzo. Se alumbraron pozos y nació la Sociedad de Aguas de Dénia, que creó las infraestructuras para traer agua a la ciudad desde el Clot de l’Alberca. De esa gran acequia, prodigio del riego y con respiraderos de piedra del Montgó tallada por los picapedreros de la Xara, no queda nada. La carretera de Ondara a Dénia y el urbanismo, ciego al valor del patrimonio agrícola y del agua, la han destruido.
Gisbert recuerda que el cultivo de naranja (una de las más característica de Dénia era la sanguina) se expandió con el ferrocarril de Carcaixent a Dénia. El Hort de Morand fue una magnífica huerta de cítricos. En la partida de Els Campusos, en la falda del Montgó, se alumbró un pozo que permitió cultivar naranjos. Fue lo nunca visto. Los cítricos moteaban de verde la ladera de la mole de roca.
El arqueólogo apunta que de ese esplendor de la naranja «dan fe las etiquetas» de los almacenes. Pero la citricultura empezó a declinar en los años 60. Ha desaparecido un paisaje histórico de Dénia. Gisbert advierte de los «efectos perversos» de la figura del DIC (Declaración de Interés Comunitario), que desnaturaliza suelos agrícolas. También recuerda que existe un recetario tradicional de platos de cítricos en Dénia. Pero el paisaje de la naranja lo tiene agrio. Es historia.
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