Las «free parties» en la Marina Alta

El templo de las "raves" es un túnel en Benissa

Bóveda galáctica y paredes de hormigón. La música electrónica retumba con fuerza. En la Marina Alta, las «raves» se meten en un apartado y escondido túnel. Los «raveros» están a sus anchas. Auténtica fiesta «underground».

La bóveda planetaria de las raves de la Marina Alta

La bóveda planetaria de las raves de la Marina Alta / A. P. F.

Alfons Padilla

Alfons Padilla

Underground es la palabra precisa. Esto es más barranco que camino. Y hay tres túneles dobles, gemelos. Por arriba pasa la autopista, la AP-7. Los coches son una exhalación. Bajo tierra, bajo ese mundo raudo de dirección única (València-Alicante o al revés), retumba la fiesta, la fiesta libre (free party), underground, a contracorriente, subterránea. Esto es una rave auténtica. A contramano. Contracultural. Un universo metido en un túnel. La bóveda recrea un psicodélico planetario. El templo de las raves en la Marina Alta está embutido en un gran tubo de hormigón.

Grafiti que alude a las fiestas raves

Grafiti que alude a las fiestas raves / A. P. F.

Domingo. Hace un frío que pela. Los ciclistas de montaña madrugan. Se desentumecen a pedaladas. Traquetean por esta quebrada que comienza en el término municipal de Gata y llega hasta Benissa. Atraviesan un primer túnel. Antes de llegar al segundo, escuchan el eco. La música electrónica reverbera. En ese paso subterráneo, apartado de todo, alejadísimo de las viviendas, incrustado entre afiladas montañas, decenas de jóvenes bailan. Las raves de la Marina Alta no son multitudinarias. La fiesta se adapta a la comarca. Tiene un aire campestre. El túnel sí evoca el escenario apocalíptico, de refugio atómico, pero afuera todo es vivísima naturaleza.

Los tempraneros deportistas se mezclan con los trasnochadores raveros. Convivencia absoluta. Quizá unos se proyectan en los otros. A los jóvenes que bailan arrebatados por la retumbante música electrónica les puede llegar un «flash» de un futuro en el que sean ellos los que den pedales. Y los ciclistas sienten un calambre de nostalgia, recuerdan aquellos años en los que «la ruta» del fin de semana era otra cosa.

Otro de los túneles bajo la AP-7

Otro de los túneles bajo la AP-7 / A. P. F.

Recóndita y secreta

Los raveros llegan al túnel desde Benissa. Aparcan sus coches en el extremo del camino. Es un misterio cómo se convocan estas fiestas. No hay ni rastro en las redes. El canal es tan secreto como el recóndito túnel. Y el lunes, tras el fin de semana de rave, tampoco queda huella. La fiesta se desvanece como un sueño. Puede que algún participante descuidado haya dejado tirada una lata de cerveza. Allí ha quedado un «sofá» trasero arrancado de un coche y destripado. Pero la regla es que este lugar apartado y perdido permanezca limpísimo. En la free party hay una norma sagrada: no dejar basura.

Las autoridades suelen tolerar estas fiestas del túnel. Escapan al radar (son esporádicas, indetectables). No molestan a nadie. La música sale del gran tubo de hormigón amortiguada. Es dentro, en esa bóveda galáctica, donde atruena el ritmo tecno.

El único vestigio de estas raves son los grafitis. Pintar la galaxia fue un puntazo, una iluminación. El artista demostró pulso espacial. Creó la atmósfera perfecta para estas fiestas que están en otra onda y fuera del mapa. Sobre las raves del túnel pasa la dirección única de la inercia y la vida acelerada.

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