PIONERA

Violeta Rivera, exalcaldesa de Calp: "Pensaban que era una maruja de pueblo, pero nunca me pudieron manipular"

Fue alcaldesa por el PSOE entre 1987 y 1995: "Me decían que tenía muy mala leche; nunca acepté las imposiciones"

"No me quita el sueño que me pongan una calle; la gente me respeta y con eso me basta"

Violeta Rivera, este lunes; fue alcaldesa de Calp entre 1987 y 1995

Violeta Rivera, este lunes; fue alcaldesa de Calp entre 1987 y 1995 / A. P. F.

Alfons Padilla

Alfons Padilla

Calp

La mirada violeta. La mirada de Violeta Rivera. Tiene 80 años. Fue alcaldesa de Calp entre 1987 y 1995 (dos legislaturas). Fueron años difíciles. Violeta nunca se achantó. "Soy consciente de que tengo pinta de maruja de pueblo, pero luego, cuando me conocían, decían que tenía muy mala leche. Nunca acepté imposiciones", recuerda.

Violeta llega empujando un carrito de la compra. Ella ironiza con el estereotipo de "maruja", con la confusión de las apariencias. Se intuye que el carrito es más; es cayado, es independencia, es baúl de memoria, es la obstinación de tomarle el pulso a la calle. Ella sabe de Calp y de política lo que no está escrito. Pero lo estará. De hecho, revela que ha escrito un libro sobre sus años de alcaldesa.

Lleva la política en la sangre. "Tú pregúntame que yo te respondo a todo. No tengo ningún problema", le dice al periodista. Su opinión importa, claro. Está informada. No ha perdido ni un ápice de la pasión política que la llevó a ser la única mujer en una agrupación, la del PSOE de Calp, que en aquellos años 80 tenía un centenar de afiliados. La eligieron candidata. Ella soportó la presión. Empezaron a llegarle mensajes (unos velados y otros directos) para que dejara paso a un hombre. Se lo contó a Matilde Fernández, que en esos años fue ministra de Asuntos Sociales con Felipe González. "Matilde y Carmen Romero se plantaron en el comité de listas de Madrid y dijeron que la candidatura de Calp no se tocaba", revela la exalcaldesa.

Violeta Rivera llegó a la alcaldía en un momento crucial. Dice que entonces se conocía a Calp como "la ciudad sin ley". No tenía PGOU. Se regía por unas normas subsidiarias totalmente desfasadas. Todo estaba por hacer. Tampoco había instituto. Los alumnos se subían todos los días al autobús. La Generalitat compró e hizo público el Penyal d'Ifac en 1986. Y Violeta no se acobardaba. Llamaba a Joan Lerma, le decía a Joan Romero, entonces conseller de Educación, que o daba luz verde al instituto o ella dimitía, dirigía un gobierno de coalición (más bien de concentración) en el que también estaba Alianza Popular. Cuando algún asunto básico para Calp se atascaba, descolgaba el teléfono y le decía al cargo que fuese que ella no le tenía ningún apego a la alcaldía y que, si seguía el bloqueo, se iba a casa.

Violeta Rivera durante su etapa de alcaldesa

Violeta Rivera durante su etapa de alcaldesa / Enric Martínez

La "maruja de pueblo" era una política con agallas. Cuando le fueron con el cuento de que un ministro que veraneaba en Calp se tenía que duchar con agua salada (en ese momento, el municipio se había quedado sin suministro potable), su respuesta fue un rotundo "¡qué se joda! Todos los vecinos estamos igual".

Ahora que el ayuntamiento, gobernado por Somos Calpe, PSOE y Compromís, está enfrascado en feminizar el callejero (la brecha es enorme; no hay calles con nombre de mujer) y que se ha pedido que a Violeta se le ponga una calle, ella despacha el asunto rápido: "Es algo que no me quita el sueño para nada. Si me ponen una calle, pues muchas gracias. A mí me respeta todo el mundo. Y eso me basta. Me cruzo con los jóvenes y me dicen 'adiós, Violeta'. Es lo que más me llena".

Afirma que la pasión por la política, por mejorar la vida de sus vecinos se la inoculó su padre, José Rivera, quien fue anarquista y que llegó a comandante en la milicia republicana. Tras la Guerra Civil, la dictadura lo condenó a muerte y luego le rebajó la pena a 12 años de prisión. Estuvo en la cárcel de Burgos. Cuando salió, el castigo fue el exilio, el destierro. No podía acercarse a menos de 500 kilómetros de su pueblo, Cabra (Córdoba). "Hasta el año 62 no pudo volver a su pueblo". La familia se trasladó a Gandia. José trabajó luego en la construcción de una carretera en Famorca, donde nació Violeta. Luego a su padre le salió trabajo en las obras del puerto de Calp. Allí abrió un bar. Violeta y su hermana trabajaron desde niñas. Recuerda que no paraban de hacer viajes en bicicleta para acarrear serones de agua y llevarlos al bar. "Era una niña y leía los libros de mi padre. Leí a Bertrand Russel o a Leon Tolstói". La exalcaldesa revela que el hecho de que todo Calp respetara a su padre le abrió las puertas de la política. "Me proclamaron candidata por unanimidad".

"Nunca nadie me ha toreado"

Llegó a la alcaldía. Lideraba un pacto en el que tenía que demostrar mucha mano izquierda (gobernaba con la derecha). "Lo hablábamos todo en la comisión de gobierno. Y claro que tenía que ceder en algunas cosas. Ahora entiendo perfectamente a Pedro Sánchez. Claro que tiene que transigir. La alternativa es Vox y da miedo". "También he de decirte que tuve suerte de que en la Diputación de Alicante, en la Generalitat y en Madrid estaba el PSOE. Pero si se ponían tontos se lo decía claro: 'dimito y aquí tenéis la alcaldía'. Nunca nadie me ha toreado".

Violeta Rivera sigue activa. Defiende los derechos de los mayores. Está ilusionada con los jóvenes que han cogido el mando del PSPV en Calp (Carolina Devesa es la secretaria de la agrupación). Lamenta que Felipe González esté "estropeando" su prestigio político. Ella se declara admiradora de Pedro Sánchez. Estuvo en aquel mitin de Xirivella que fue un baño de multitudes para el entonces defenestrado Pedro Sánchez. "Le apoyo en lo que puedo. Le envié entonces tres cuotas del partido y siempre comparto en redes todo lo que él publica".

La exalcaldesa tiene siempre muy presente a su padre, el anarquista que le transmitió los buenos valores de la política. "En los años 80, se afilió al PSOE. Le pregunté: '¿Y eso?'. Y me respondió que se había dado cuenta de que Marx tenía más razón que Bakunin y que tenía que haber partidos obreros que defendieran los derechos de los trabajadores". Violeta Rivera recuerda que su padre también defendió la utopía. "Me decía que llegaría un día en el que los ingenieros y los albañiles ganarían lo mismo. Yo le respondía que lo que debía pasar es que los albañiles tuvieran un jornal digno".

La mirada Violeta. Hay que escucharla. Y leer, cuando vea la luz, ese libro que ha terminado de escribir y que desvelará episodios convulsos de los años en los que estaba todo por hacer y en los que la alcaldesa peleó con firmeza para que Calp fuera un pueblo mejor.

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