Del fragor de la cascada al sobrecogedor silencio: la presa d'Isbert, un mes después
La presa d’Isbert era un estruendo. Se desbordó. Ahora este angosto cañón está totalmente seco. Reina el silencio. El paisaje es áspero, hostil, opresivo. El agua de la cascada ha abierto una gran grieta en el cauce.

El opresivo e impresionante cañón que se cerró al construirse la presa / A. P. F.

En el cauce, a pie de presa, hay una enorme grieta. La abrió el agua de la estruendosa catarata. El paisaje ha cambiado totalmente. Hace algo más de un mes la presa d’Isbert era una rugiente cascada. Las lluvias torrenciales que cayeron en el interior de la Marina Alta (casi 400 litros/m2 en la Vall d’Alcalà y la Vall d’Ebo, en la cabecera del río Girona) provocaron una descomunal crecida. El caudal atravesaba el Barranc de l’Infern y llegaba a la presa fallida. La superaba. El estrépito se escuchaba nada más salir del túnel que se abrió cuando se construyó este frustrado embalse. No hay forma de amansar el agua.

Alfons Padilla
En la Marina Alta, el agua es incontenible. Busca sus cursos naturales. Cuando no los encuentra, halla otros caminos: cascadas, calles y carreteras convertidas en ríos, o grietas. Aquí, en esta presa que se halla en el término municipal de la Vall de Laguar, en el curso del río Girona y en la salida del afilado y angosto Barranc de l’Infern, el agua salta la coronación del talud y se filtra por los resquicios de las rocas.

A pie de presa: la fallida obra pública encajonada en un claustrofóbico cañón (imágenes) / A. P. F.
Hace algo más de un mes el agua y su furia dominaban este cañón. Ahora reina el silencio. El cauce está totalmente seco. La única huella que queda es esa brutal grieta que se formó junto al talud. El boquete recuerda la boca de una sima. Revela la violencia de la catarata.

Una precaria escalera grapada en la roca / A. P. F.
Paisaje áspero y opresivo
El paisaje es áspero y hostil, un punto opresivo. Se puede llegar hasta la base del talud de 21 metros de altura, pero hay que brincar y trepar por las rocas. Son rocas pulidas y sumamente resbaladizas. Un peligro.

El talud y una escalera de metal que enlaza con el pasillo excavado en la roca cuyo acceso está cerrado y prohibido / A. P. F.
La presa d’Isbert constata que en la Marina Alta no hay forma de domesticar el agua. Se construyó entre 1928 y 1944. A los pocos días de llenarse el embalse, el agua se esfumó. Se filtraba. En 1954 se impermeabilizaron las paredes de roca y el suelo. Ni así. El agua se seguía escapando por las misteriosas fisuras. No había forma de retenerla. Se dio por imposible. Los ingenieros concibieron el proyecto a finales del siglo XIX. La orografía, la estrechez del cañón, el desfiladero abierto a cuchillo (el agua, metida a presión en estas rocas, es un poderoso filo) hacían presuponer que resultaría relativamente sencillo crear un embalse.
Pero no. Hoy el talud, una pétrea pared encajada en las rocas, se ha mimetizado, se ha impregnado del color ocre y gris del claustrofóbico paisaje. Hay que estar encima, metido en estas angosturas, para advertir que esa pared es una obra pública abandonada. También es un símbolo. Al agua en la Marina Alta no se le puede poner muros, puertas ni compuertas. Se cumple a rajatabla el aforismo de Heráclito de que nadie puede cruzar dos veces el mismo río. El agua, como el tiempo, es irrefrenable.

La estrechez del cañón. Las paredes se van cerrando en lo alto del desfiladero / A. P. F.
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