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Las crisis que oprimen el corazón

Gemma Martínez ED

Nueva York es una de las calles que conduce a mi felicidad y este año me ha dejado huérfana. El coronavirus me ha prohibido viajar a la ciudad a la que me mudé en 2007, un año antes del estallido de la gran recesión, esa que tan presente está en estos tiempos de pandemia dada nuestra querencia por la comparación. Durante cuatro años fue mi domicilio habitual y la base para recorrer palmo a palmo un país, Estados Unidos, que cuanto más conocía más amaba. Desde que en 2011 regresé a España, dejando allí a parte de los míos, he vuelto todos los años, sin excepción y casi siempre en primavera. Mi bienestar emocional necesita sus puntos de recarga.

Pienso en ello hoy, 24 horas después de que Estados Unidos celebrara el 4 de julio, fiesta de la Independencia, una noche que siempre olía a barbacoa y a fuegos artificiales en la terraza de los mejores amigos. Será que, como dice Stefan Zweig, la memoria no es un fenómeno que preserva un recuerdo y pierde otro por casualidad, sino un poder que deliberadamente los coloca en orden. Estos días ha decidido que rememore las vivencias que les cuento de un país que en ocasiones ya me costaba reconocer antes del virus y ahora mucho más ¿Dónde está esa superpotencia, primera economía del mundo, orgullosa de sí misma que, relativamente unida, compartía unos objetivos comunes, entre ellos un ansia de prosperidad que no era perfecta ni estaba exenta de desigualdades pero que era anhelada por todos? ¿Qué hace el presidente que la gobierna, Donald Trump, trasladando la Casa Blanca a Twitter y contribuyendo a polarizar un país que parece irreconciliable a cuatro meses de celebrar elecciones? ¿Cómo es posible que de las filas de la oposición no haya salido otro candidato más que Joe Biden, un político sin mucho carisma y con dudoso poder tractor entre varias corrientes demócratas? ¿Cuán salvaje ha sido el impacto de la pandemia del coronavirus, con más de 125.000 muertos y 2,7 millones de personas contagiadas y con un presidente trivializando la emergencia? ¿Y la crisis económica subsiguiente, la más grave desde la Gran Depresión, que ha fulminado el mayor periodo de crecimiento de la historia del país y lo ha sustituido por una recesión galopante, de largo radio, que ha dejado el paro de nuevo en tasas de dos dígitos? ¿Cómo puede ser que la economía se desangre y a la bolsa, tan dopada por los estímulos y cada vez más distante de la calle, le dé igual, como tan bien contaba esta semana en El País mi añorada Amanda Mars?. Todo ello en una nación agitada y partida en dos ante las protestas contra la violencia policial y el racismo tras la muerte de George Floyd.

Desde la distancia, es obvio que Estados Unidos necesita con urgencia un cambio de dirección y de gobernante. Por mucho que China esté extasiada por la debilidad estadounidense y por la hegemonía creciente de Asia, algunos como yo, que tanto queremos a ese país, no podemos más que sentir una gran tristeza.Será que, como diría Zweig, todas las crisis oprimen el corazón y a la vez lo ensanchan.

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