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La agricultura tradicional se se rebela

"Nuestra gastronomía está basada en variedades autóctonas y no en las que se producen de forma masiva", asegura Pep Roselló

La agricultura tradicional se rebela

La agricultura tradicional se rebela J. M. López

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La agricultura tradicional se rebela Jordi Cuenca

Basta acercarse al supermercado y echar un vistazo a las cajas de tomates. No hay diversidad. De ningún tipo. Pocas variedades y uniformización del producto en tamaño, color, grado de madurez… y ausencia de sabor. Nada que ver con esos frutos a veces deformes, con irregularidades en la piel, pero jugosos, incluso dulces, que se pueden comprar en un huerto del Perelló. Es el gran logro de la agricultura moderna, que consigue grandes producciones prácticamente durante todo el año. Una vacuna contra el hambre, sin duda, pero también un pesticida contra los productos milenarios que han conformado la historia alimentaria de una tierra como la valenciana. «Nuestra gastronomía está basada en variedades autóctonas y no en las que se producen de forma masiva», asegura Pep Roselló, técnico del Servicio de Producción Ecológica, Innovación y Tecnología de la conselleria de Agricultura.

Los datos son abrumadores. En el banco de germoplasma de la Universitat Politécnica de València se conservan unas 6.000 variedades de hortalizas, de las cuales más de 3.000 son propias de la Comunitat Valenciana. El ‘garrofó pintat’ (el blanco es de importación, apunta Roselló), la ‘fava’ de Bétera, la berenjena de Gandia, el melón blanco de Carcaixant o el ‘pebre’ de la pericana alcoyana son algunos de esos productos intrínsecamente valencianos. La supervivencia de muchos de ellos corre serio peligro. Es por ello que la Unió de Llauradors acaba de presentar un proyecto, denominado Terra Diversa, que trata de impulsar el interés por los productos autóctonos con el objetivo de que no se pierdan por la expansión de la agricultura intensiva. La acción consiste fundamentalmente en un documental en el que participan diversas personas involucradas en esta cruzada, como Roselló y pequeños agricultores de varias comarcas de la autonomía. Uno de ellos es David Boix, quien asegura que está tratando de introducir un nuevo modelo de negocio en el que el cliente pueda entrar en el campo -o ver a través de videos de internet-para comprobar la evolución de los productos- y que incluso pueda ir a recolectar lo que va a comprar. Es ahí, en sus tierras, donde vende su producción, aunque una parte la comercializa entre personas de las inmediaciones de Alzira «que me hacen encargos».

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En una parcela de hectárea y media, Boix cultiva ochenta variedades autóctonas como el tomate rosado de Altea o el garrofó. «Poca cantidad y mucha diversidad», asegura este agricultor, que tras, deambular por otros oficios, como el de asesor inmobiliario antes de la crisis, recaló en el campo hace tres años, con el propósito de ganarse la vida pero también de impulsar unos productos «que están en peligro de extinción por la necesidad de muchos de comprar por el ojo y no por la calidad».

Roselló asegura que las variedades autóctonas perdieron en su momento la batalla: «El modelo tradicional era producir todo lo que se come y comer todo lo que se produce, mientras que la agricultura moderna apuesta por la especialización y el monocultivo, por la industria y trajo consigo maquinaria, fertilizantes y pesticidas, además de unas variedades que se adaptan a eso. En este contexto, las variedades autóctonas perdieron terreno en las últimas décadas, porque no se ajustaban a lo que piden el comercio y la industria.La agricultura intensiva es muy productiva, pero no es rentable para el pequeño agricultor y la calidad no es la mejor. Cuando algo se hace a prisa, no puede ser tan bueno que si es de temporada y hecho poco a poco. Comemos tomates de invernadero, de larga vida y poco sabor, a diferencia del tomate tradicional, que tiene más sabor pero menos vida comercial».

Roselló asegura que en estos momentos se está consolidando un proceso de recuperación de las variedades autóctonas gracias a la agricultura ecológica, el slow food o el consumo de productos de kilómetro cero. Este técnico de la Generalitat precisa que, por influencia de la demanda de mercado, no cesa de crecer el número de productores que plantan variedades locales, cuyas semillas son gratuitas, a diferencia de las de productos ’modernos’.

el tomate de altea o el garrofó son dos de los productos tradicionales de la agricultura valenciana que trata de recuperar en sus campos de los alrededores de alzira David boix, quien hace tres años dio el paso para convertirse en agricultor.

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