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La segunda pandemia de Amanda

La histórica floristería de la calle Lauria resiste a su enésima crisis. La supervivencia es casi un modo de vida para un negocio familiar levantado por tres generaciones de mujeres

Amanda, nieta de la impul- sora del negocio, con su hijo Carlos y su nieto. m.a.montesinos

Pocos negocios pueden decir que han sobrevivido a dos pandemias. Es por lo que está luchando la floristería Amanda, una empresa familiar que echó a andar allá por 1886 y que hoy, más de 130 años después, pelea por resistir a su enésimo periodo convulso tras haber superado guerras mundiales y civiles, dictaduras, recesiones mundiales, expropiaciones… Una larga travesía plagada de turbulencias en la que el timón ha estado siempre en manos femeninas y de la que han extraído lecciones que, dicen, no se aprenden en la universidad y que, transmitidas de generación en generación, les han servido para mantener la esperanza ante las crisis y la templanza en ciclos de bonanza.

Carlos, actual propietario, es la quinta generación. Su tatarabuelo abrió el camino con un negocio de flor ornamental en el histórico Huerto del Santísimo, donde vivía la familia y que sirvió de inspiración a personalidades de la Renaixença valenciana como Teodoro Llorente así como a Sorolla, Benlliure o Blasco Ibáñez. Aquellos jardines se extendían hasta lo que hoy es el colegio Esclavas y la familia los recuerda poblados de rosas, claveles y violetas, que posteriormente vendían en la plaza del Mercado o se exportaban a Madrid y Barcelona. Así, entre flores, se crió la primera de las Amandas de esta saga de floristas, Amanda Stivi, bisabuela de Carlos y abuela de su madre Amanda, ahora jubilada pero que sigue muy pendiente de lo que es algo más que una empresa para ella. Con la llegada del franquismo, la dictadura expropió aquellos terrenos a la familia.

Pero todo cambió años antes, cuando estalló la pandemia de 1918, en plena I Guerra Mundial. El marido de Amanda falleció de forma fulminante a causa de la mal llamada gripe española. Amanda tenía entonces 26 años y dos hijas, Amanda y Amparo Galán, de uno y tres años de edad. Ignorando los prejuicios de género en un mundo más patriarcal y machista que el actual y con la ayuda de sus hermanos, tomó las riendas del negocio, haciéndolo crecer y sentando unas bases que todavía hoy permanecen. «Mientras todas cosían, ella se enfrentaba a los prejuicios y los vencía», recuerda la tercera Amanda, nieta de la fundadora e hija de la segunda Amanda.

En 1932 venció también a sus miedos y amplió el negocio, abriendo el ya clásico local de la calle Lauria, donde siguen establecidos hoy tras lograr adquirirlo en propiedad en 1998. Las pequeñas Amanda y Amparo no tardaron en seguir la tradición y empezaron a trabajar en la empresa con 12 y 15 años, consumando la orientación feminista de la misma. «Ha sido siempre un negocio de mujeres. No lo sabían, pero eran mujeres como las de hoy», añade la ‘última’ de las Amandas.

La ‘segunda’ y su hermana Amparo, ya tercera generación, recibieron de primera mano las lecciones que dejó la pandemia del siglo pasado y las transmitieron al resto de la familia. Tanto en aspectos de limpieza y desinfección —Carlos destaca su fijación con la lejía, secuela de lo vivido en aquel 1918— como en los más puramente empresariales, aquella gripe española siempre estuvo presente en sus vidas. «Lo que mi abuela y mi tía abuela contaban de la crisis no se aprende en la facultad», defiende Carlos, que recuerda charlas de ambas en la misma mesa sobre la que atiende a El Mercantil Valenciano con personalidades como Santiago Grisolía. «Escucharles era oro puro», dice.

«Nos transmitieron la certeza de que las épocas buenas llegarán y la calma para superar los momentos duros», añade. Unas enseñanzas vitales para un negocio nacido a la vez que el reinado de Alfonso XIII y que ha visto pasar dos guerras mundiales, una guerra civil, dos dictaduras, una república…y ahora dos pandemias.

«Al final son más los momentos de dificultad que los de bonanza. Cuando no es una crisis del petróleo es una guerra mundial o una dictadura. Te acostumbras a vivir en la contrariedad», destaca Carlos, que indica que la clave es «adaptarse para saber crecer y saber menguar» y sobre todo, «escuchar y aprender» de las matriarcas. «La experiencia de otras épocas en la memoria de los mayores ayuda más que muchos estudios empresariales. La teoría es una cosa pero la vida es otra». «Nos llaman las supervivientes», añade con orgullo su madre.

Amanda Stivi (3ª izquierda), junto a sus hijas Amanda y Amparo y su madre Salvadora.

Por eso, cuando el coronavirus irrumpió en nuestras vidas para ponerlas patas arriba, la floristería estaba preparada. Habían vivido con mesura el boyante inicio de la década del 2000 —la única época junto a la década de los 60 que la familia recuerda que el negocio funcionaba sin dificultades— y aquellas certezas de sus antepasadas de que los malos tiempos siempre vuelven seguían vivas. «La crisis del ladrillo nos vacunó para esta situación», resalta el actual propietario. Entonces tenían 15 empleados en nómina y ahora son tres, confiesa con un punto de apuro injustificado. «Te tiene que gustar tu trabajo y aceptar que hay tiempos que no son para ganar dinero sino para sobrevivir. Esa es la esencia, porque si cerramos no podremos volver a abrir».

El proceso de globalización mundial tampoco ha ayudado a este pequeño comercio, igual que a otros muchos. La competencia principal llega ahora desde Países Bajos, que produce y exporta a todo el mundo y obliga a Amanda a importar variedades que no se pueden cultivar aquí pero que se demandan más ahora. También ha tenido que invertir en actualizar su sistema de producción de flores y externalizar servicios «que no aportaban un valor añadido» para ajustar los gastos fijos. Por ejemplo, el servicio de reparto. Antes contaban con cuatro furgonetas propias para las entregas a domicilio, que ahora realizan a través de taxis.

Decorando desde eventos reales a republicanos


Haber nacido en el siglo XIX y seguir abiertos en el XXI hace de la floristería Amanda un testigo de excepción del convulso siglo XX. Se pusieron en marcha casi a la vez que el reinado de Alfonso XIII, todavía durante la Regencia de María Cristina, y vivieron la dictadura de Primo de Rivera, la II República y el golpe de Franco que instauraría la segunda dictadura que ha vivido el negocio. «Aquí hemos visto pasar de todo y hemos trabajado para quien lo ha pedido y lo ha pagado», recuerda Amanda. Muchos de esos clientes han sido además miembros de casas reales o presidentes. «Hemos trabajado desde en bautizos reales hasta para Azaña o Companys», añade. Flores Amanda siempre ha ejercido como una suerte de embajadora de València; Amparo y su hermana Amanda enviaron un ramo de azahar a la embajada de España en Bruselas con motivo de la boda de los reyes Balduino y Fabiola. Igualmente, también fueron a llevar sus flores para los bautizos del rey Felipe VI y sus hermanas o prepararon la corona de flores con la que se despidió a José Benlliure tras su muerte en 1937. Pero si algún encargo ornamental recuerda con viveza Amanda es la decoración del barco en el que visitaron València los príncipes de Mónaco, Raniero III y Grace Kelly. Todo un acontencimiento en aquellos tiempos y que guardan como oro en paño en un archivo fotográfico y de recortes de diarios de la época que resumen una trayectoria que cubre tres siglos.

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