Que la banca continúe con su desenfrenada política de reducir al mínimo el número de oficinas, ya no es noticia. La hemos rescatado con dinero público, de todos, pero ahora nos la devuelven amarga. Desde la quiebra del gigante financiero Lehman Brothers en 2008 hasta hoy, ya hemos sufrido muchos atropellos; se han cerrado 2.400 oficinas bancarias en la Comunidad Valenciana y 231 municipios se han quedado sin cajero automático (Àpunt, 13/10/2018). Tienen nuestro dinero y lo manejan a su antojo.

En la mañana del 5 de octubre, al acercarme a la oficina de CaixaBank en la calle Cid de Puerto de Sagunto, al cajero donde habitualmente saco a cuentagotas mi dinero, me encuentro con la desagradable sorpresa, no anunciada previamente, de la oficina clausurada, a cal y canto, con premeditación y alevosía. Únicamente, en la puerta de acceso un pequeño cartel indicaba: «Oficina inactiva por integración». Se te queda cara de tonto. ¿Alguien lo entiende? Yo no. Debe ser lenguaje bancario, no apto para ignorantes, como las preferentes. Una forma muy sutil, pero desafortunada, de decir que la oficina ha sido clausurada indefinidamente. Y desde luego, no por falta de actividad.

No dudo que CaixaBank habrá informado oportunamente a sus clientes -con eso se han quedado-, pero desde luego el contratiempo y desagrado que nos ha producido a todos, clientes y usuarios, han sido mayúsculos. A la banca poco le importa el perjuicio que pueda ocasionar a los pequeños ahorradores, al pequeño comercio; solo piensa en nuestro dinero y en tenernos cautivos de sus tejemanejes. En este caso, la desatención y falta de respeto a los usuarios coloca a CaixaBank en una posición ínfima.

Para nuestro pesar, no nos queda el consuelo de cambiarnos de entidad bancaria, no sea que a la vuelta de la esquina nos ocurra lo mismo.

Señores y señoras directivos de CaixaBank, menos alardear de obra social, menos eslóganes publicitarios del tipo «Nuestro mayor sueño es que ella cumpla el suyo», «Cambiamos presentes, construimos futuros», para hacernos llorar, y hagan obra social acercando sus servicios a los ciudadanos, especialmente a los mayores, que cada vez encuentran más dificultades para retirar su pensión, con la que atender sus necesidades cotidianas. Ya basta de atropellos y atiendan a sus clientes como se merecen, no como un número más en su cuenta de pasivo.

En unos años, no muy lejanos, desaparecerá el dinero metálico, de bolsillo, todo el dinero será virtual, solo necesitaremos un móvil de última generación -no uno para llamar y recibir mensajes- y muchos APPs, que nos volverán locos. Y mientras tanto, qué pasará con los millones de usuarios, muchos de ellos mayores, educados en el dinero de bolsillo, dónde sacarán su pensión? Los más de 9 millones de pensionistas que hay en el Estado Español, ¿tendrán que crear su propia banca para tener acceso fácil a su dinero, de tal manera que no haya ningún barrio, ningún pueblo, sin una oficina o cajero donde operar? Y dónde están los políticos que en sus proclamas dicen estar por las personas; qué esperan a proponer medidas para pararle los pies a la banca, que está convirtiendo en un páramo buena parte del territorio español, cerrando oficinas en pueblos y barrios a toda prisa. Precisamente, desde la Generalitat se acaba de anunciar la puesta en marcha de un programa de instalación de cajeros en todos los municipios que ya no disponen de él, y que pondrá a disposición de la banca. Ya tardan.