Después de ocho años como concejal del Ayuntamiento de Gilet, cuatro de ellos como portavoz del Partido Popular, el pasado domingo el resultado de las elecciones confirmaría que tal y como preveía, iba a poner fin a esta etapa. Un episodio bonito, que con 31 años me ha ofrecido un gran aprendizaje y sobre todo me ha dado la posibilidad de conocer a personas de las cuales siempre guardaré un grato recuerdo: compañeros, trabajadores del ayuntamiento, amigos? en fin, personas.

Cuando decidí acceder a trabajar por mi pueblo me marqué el objetivo de hacer pedagogía política, tratar de explicar a la gente el porqué de las cosas. Creía que si conseguía explicarle a las personas de dónde venían los problemas, el motivo de tomar determinadas decisiones? todo sería más fácil y yo sería más justo con ellos. Darme cuenta de que de poco iba a servir lo que yo quisiera explicar si el receptor del mensaje no estaba interesado, me frustró. Comprobar como una mentira con el aliño necesario para despertar el interés de las personas tenía más poder que una verdad me llevó a sentir impotencia, incluso a querer culpar a la gente de ello.

Como dicen, el tiempo cura las heridas y fue el paso de los días, semanas y meses el que me hizo cambiar mi forma de pensar. Entendí que viviendo en una sociedad bombardeada con política las 24 horas del día, donde los programas de tertulia llenan la parrilla televisiva incluso desplazando a los Sálvame y Gran Hermano, con prensa escrita que hasta nos la regalan en los mostradores de las tiendas y redes sociales en las que cabe todo; bastante tiene la gente con sobreponerse a este acoso y derribo como para encima querer obligarles a discernir entre una verdad y una mentira. Suficiente tenemos con nuestros problemas diarios, como para que nos ofrezcan una dosis extra de problemas a los que dedicarle el más mínimo esfuerzo. Bendito mecanismo de defensa de las personas que les hace abstraerse de todo el ruido político que hacemos los que en vez de plantear soluciones, generamos más problemas.

En este punto comprendí que el problema no eran las personas, éramos los que hacíamos política. Y lo éramos por seguir contaminando la política con prácticas engañosas; por anteponer las siglas a las personas, por dividir en vez de cohesionar. También por perder el tiempo viendo lo oscuro que había sido el pasado y no sacarle todo el brillo que merecía el presente? y sobre todo por tener que huir de la tentación de ser peor persona para ser mejor político. Cansado de remar contra corriente, cesé en mi empeño, me rendí.

No sé si este es un adiós para siempre, pero lo cierto es que las cosas hay que hacerlas con pasión e ilusión y en este momento no las tenía. Seguiré estando al lado de los míos; de los que nunca me han fallado por supuesto, de los que necesiten algo de mí, también. Jamás he juzgado a nadie por su carnet de afiliado y en este sentido Gilet necesita que cunda ejemplo.

Quiero terminar recordando una frase que me dijo un/a concejal de otro partido el domingo después del recuento, saliendo ya del colegio electoral y que en cierta manera me marcó: «Para mi eres el mejor alcalde que podría tener Gilet «. No supe que contestar, pero hoy le diría que no, le diría que hay muchas personas como él/ella que seguro que serían igual de buenos que yo? y le animaría, porque nuestro pueblo necesita de personas como nosotros.