Estos días, con motivo de los rebrotes del covid-19, nuevamente se ha puesto de actualidad el asunto del botellón, de las concentraciones nocturnas (y diurnas) de jóvenes en las vías y plazas públicas alrededor de la música, el tabaco y el alcohol. Así, el Ayuntamiento de Sagunto, al objeto de evitar contagios durante el ocio nocturno, lanzó un aviso de Acceso prohibido Pantalán, con despliegue policial y anuncio de infracciones por no llevar mascarilla, así como la incautación de bebidas y denuncia por consumo de alcohol.

Esa medida tiene como objetivo disuadir a los jóvenes de concentrarse a cientos en la zona del Pantalán, denominada popularmente «La curva». Sin duda, estamos en una situación excepcional en la que cualquier medida preventiva es bien (o mal) recibida. Pero el botellón es un fenómeno social de masas al que la sociedad debe hacer frente de alguna manera. La estrategia del avestruz solo sirve para eludir el problema.

¡A qué padre o madre no le preocupa que su hijo o hija salga por la noche! Pero la realidad insoslayable es que los jóvenes cada vez salen más por la noche y beben a una edad más temprana. Oponerse a ello no creemos que sea la solución. Y la educación ayuda mucho, pero tampoco resuelve el problema.

Hay lugares que son el punto de encuentro, y a partir de medianoche y hasta altas horas de la madrugada los jóvenes aparecen con sus bebidas. Los coches dejan abiertas las ventanillas para que la música se escuche, y a su ritmo y del alcohol, la noche del botellón va transcurriendo. Estos puntos de encuentro suelen estar en lugares apartados; aquí en el Puerto de Sagunto, «La curva» es conocida por los jóvenes del pueblo y alrededores (hasta de València vienen a conocerla). Que los jóvenes hagan botellón es un tema preocupante, pero no olvidemos los que ahora pasamos de los 50, que en nuestra época estábamos deseando celebrar un guateque donde encontrarnos con la chica o el chico que más nos gustaba; para los que no lo sepan, era una juerguecita en alguna casa o lugar opaco a la vista de los demás donde se ponía música, se bebía y bailaba. Ahora esto se hace a mucha mayor escala ¡es cierto!, pero con la misma finalidad. El botellón es un lugar de encuentro de los jóvenes para divertirse y pasarlo bien a bajo coste (low cost). Y no todos los jóvenes son alcohólicos, gamberros o presuntos agresores sexuales; también va mi hija, la suya, la del vecino€ La pregunta es: ¿Cómo controlar esto? Pero no con el propósito de prohibirlo sino de regular dónde y en qué condiciones se lleva a cabo.

No podemos pretender que nuestros jóvenes se queden en casita; aburridos, mirando la tele o tecleando en el móvil. ¡Qué mejor que salir a la calle y encontrarse con sus amigos! Disfrutar de la noche. Todos lo hemos hecho.

En una sociedad patriarcal y regulada por y para beneficio de los mayores, queremos que los jóvenes no molesten, que sienten la cabeza cuanto antes y se comporten como personas adultas. No les dejamos que sean jóvenes, que disfruten como tales. Claro como nosotros ya conocemos los 'excesos' de la juventud, no queremos que ellos pasen por ahí. ¡Pobrecitos! Ya se les pasará esa fiebre.

¡Qué insensatos somos!

¿Por qué no intentamos regular el fenómeno en lugar de criminalizarlo? El botellón es sinónimo de ruido, alcohol, drogas y suciedad. ¿Por qué no afrontamos decididamente esos problemas, de manera que los jóvenes puedan disfrutar de su fiesta en las mejores condiciones, en lugar de querer 'ponerle puertas al campo'? Cuando hay un evento deportivo en el ámbito local y en la vía pública, se reordena el tráfico, se habilitan urinarios, se refuerzan la vigilancia y los servicios de limpieza, e incluso se presta asistencia sanitaria de urgencia. ¿Por qué no hacer lo mismo con el botellón que congrega a cientos de nuestros jóvenes? Y si hay que cambiar las ordenanzas para que se pueda beber en la vía pública (como en las terrazas de bares y cafeterías), pues se cambian. Tampoco se puede orinar en la calle, pero ¿dónde pueden hacerlo los de «La curva» si no es entre matorrales o en las dunas?

El botellón está muy extendido en el Arco Mediterráneo Español. Prohibirlo no es la solución. Se ha convertido en un fenómeno tan de masas que es imposible circunscribirlo en exclusiva al ámbito privado. El botellón ha llegado para quedarse y lo mejor que podemos hacer es afrontarlo con decisión y regularlo de alguna forma, pero sobre todo con valentía y mucha dosis de empatía hacia los jóvenes.