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Necrológica

En el adiós de Ginés Zaplana

Ginés, al ser entrevistado en una protesta de Galmed. | JOSÉ MANUEL CARO/CC OO

Era una cita cultural, o política, o simplemente ciudadana, en el salón de actos del Centro Cívico de Puerto Sagunto. Pero podía haber sido en una asamblea de trabajadores de la Siderúrgica. Casi no había terminado de hablar la persona ponente, que ya se alzaba un brazo moviendo la mano entre las primeras filas, solicitando turno de palabra. Su nombre era Ginés.

Ahora que ha fallecido Ginés Zaplana García, tal vez sea momento de recordar las palabras que decía Julio Anguita al definir los rasgos de ser comunista: «Para mí son ser buena persona, personal y políticamente; cumplir en el trabajo; predicar con el ejemplo; no abusar de los demás y ser austeros en hechos, valores y vida».

Esa es la tinta con la que miles de mujeres y hombres escribieron el libro blanco de los comunistas. Aquellos que lucharon, durante la guerra, contra el fascismo y siguieron esforzándose, luego en la dictadura, en reconstruir la razón democrática aún en tiempos muy inhóspitos, casi desoladores. Iban pertrechados con sus ideas, sueños por un mundo mejor, una sociedad con igualdad de oportunidades y en libertad, donde la riqueza alcanzara a la mayoría, sino a todos por redistribuirla con mayor equidad. Un mundo de fraternidad. De esa pasta de perdedores conscientes estaba hecho también Ginés Zaplana.

Nacido el 28 septiembre 1929 en Puerto Sagunto, en el seno de una familia trabajadora con orígenes en el campo minero de Cartagena. Conoció los peligros de la guerra y después la amargura de la derrota y sus miserias y podredumbres. Se formó como metalúrgico en la Escuela de Aprendices de AHV, y toda su vida laboral estuvo ligada al departamento de Talleres de esta empresa. Pero, además, desarrolló una consciencia social de clase como trabajador, por lo que vio, oyó y le tocó vivir.

Ginés Zaplana fue repetidamente elegido como representante sindical por sus compañeros de Altos Hornos de Vizcaya-Altos Hornos del Mediterráneo en Puerto Sagunto. Enlace sindical de 1957 a 1960; Jurado de empresa de 1960 a 1963 (consiguiendo aquel famoso primer Convenio Colectivo Sindical de empresa); de nuevo Jurado de empresa de 1971 a 1975; Comité de empresa de 1978 a 1982 y de 1982 a 1985.

Continuó luchando, después del franquismo, en los años de la llamada reconversión industrial, siempre en defensa de los trabajadores y del mantenimiento de la industria siderúrgica matriz en Puerto Sagunto. Lo que no se pudo evitar ante los designios de aquel gobierno de «gonzález y solchagas». Pero como nos dijo al respecto: «Lo que está claro es que el Comité de Empresa no firmamos el cierre de la fábrica, sino lo que se hizo fue buscar la mejor salida y los mejores acuerdos para los trabajadores en aquella delicadísima situación», incluso cometiendo desobediencia civil frente al citado gobierno.

Ginés Zaplana, una persona crítica y reflexiva, incluso con sus propios dirigentes del PCE cuando no veía las condiciones sociales adecuadas para lo que proponían. Una persona que no se aupaba para salir en la fotografía. Quienes tuvimos la oportunidad de un trato humano más cercano con él, descubríamos, tras su apariencia de adusta seriedad, su vehemente defensa de la justicia social en favor de los damnificados y una emotiva sensibilidad hacia sus semejantes más débiles.

Predigiosa memoria

Nos narraba Ginés, en nuestras entrevistas para la historia, sus perennes luchas por conseguir las mejoras sociales, económicas y políticas para su clase trabajadora. Fue un libro abierto y amable, para nosotros, de datos y acontecimientos. Era prodigiosa su memoria, salvo, y desgraciadamente, en su última etapa en que se le iba escurriendo por los vericuetos del inatrapable olvido.

Ahora ya no podremos encontrarle en sus paseos por el parque o por las calles del Puerto y eso será duro de llevar.

Pero cuando huyan los últimos reflejos del crepúsculo vespertino a través de las ventanas y por encima de las terrazas y los tejados, más allá del horizonte, y al mirar el firmamento en la noche estrellada, rendiremos de nuevo nuestro homenaje a Ginés y a quienes como él se entregaron a sus sueños de utopía por aquel mundo mejor. Seguramente que no alcanzaremos tampoco esas estrellas, pero nos dejaremos acariciar por su cálido resplandor. Quizá solamente eso.

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