Tribuna

Guerra, coches eléctricos i gas

Miquel Aguilar

Lo que no creímos que pudiera pasar en el siglo XXI, una guerra en Europa, está pasando. La sorpresa ha sido grande para la población, quizá no tanto para los que mueven los hilos de la geopolítica, ya sea EEUU, UE, o la propia Rusia. Desde la crisis financiera global del año 2008 las malas noticias no paran de sucederse, y cuando apenas estamos saliendo de la pandemia de la COVID ya tenemos otra crisis en forma de guerra en Ucrania.

La inadmisible agresión del presidente ruso a Ucrania está teniendo un efecto devastador sobre la población de ese país, con miles de personas muertas y millones de refugiadas. Tendrá efectos devastadores sobre las infraestructuras y la economía del país y también de toda Europa. En un mundo interconectado económica y socialmente, la guerra pone en cuestión la vida y la supervivencia en episodios como el bombardeo de la mayor planta nuclear de Europa, y con la posibilidad de una guerra de aniquilación.

Una de las últimas propuestas aprobadas en EEUU para presionar a Putin es la de dejar de comprar el gas ruso. Automáticamente el precio de la luz en España ha subido por encima de los 500 €/Mwh. Quizá es una patada a Putin, pero en el culo de la ciudadanía europea. En un mundo cada vez más pequeño e interconectado las políticas imperialistas, si siempre han sido rechazables y perjudiciales para la población, ahora lo son más. Los pueblos exigen paz y colaboración y no enfrentamientos. Se ha demostrado en la pandemia con las medidas sanitarias y económicas para el rescate de los más vulnerables, pero ahora la vieja política vuelve a la carga. Se vio en Irak con la apropiación del petróleo y ahora quizá se pretende la apropiación del gas ruso. Todo a costa de la vida de las personas. Con cada vez recursos más escasos, y menos energía disponible, los enfrentamientos son mayores y nos pueden conducir a la destrucción. Solo la acción decidida de los pueblos puede evitarlo.

La escasez de materiales y de energía es una realidad incuestionable y perdurable, pero que empresas e instituciones no quieren reconocer. Por el contrario, nos quieren hacer creer que todo volverá a la normalidad. Puede que se encuentren nuevas fuentes de energía barata, aunque la escasez de materias primas indica más bien lo contrario, pero la realidad es muy tozuda y mientras tanto el deterioro de la vida de las personas sigue aumentando, y otro tanto la del planeta. Las cosas parece que no podrán ser como antes. Ante una crisis como la de la pandemia, la población española ha respondido con dignidad a los sacrificios, porque comprendía que era necesario hacerlos. Ahora la respuesta ante la crisis de refugiados de Ucrania también lo está siendo. Aquí es donde las instituciones y las empresas han de dar respuesta.

Quizá alguien piense que vamos a producir coches eléctricos como antes producíamos coches de combustión y que todo seguirá igual. Pero la ciencia nos está diciendo que no es posible, que no tenemos materiales ni energía suficientes. Pero aquí se está poniendo el grueso de los esfuerzos y del dinero, dinero público de los impuestos que paga básicamente las personas asalariadas, los autónomos y autónomas, y las pequeñas empresas. Y mientras el transporte público hecho un desastre, incluyendo los servicios de cercanías, cada vez más deteriorados. Todo el dinero para las obras del AVE.

Empresas e instituciones se mueven con los parámetros de siempre, se pretende el crecimiento a corto plazo, aunque el resultado es el estancamiento duradero. Y mientras tanto, el dinero público es para las grandes empresas. El crecimiento económico no da más de sí y sobre el dinero público ya tenemos ejemplos de que no es una buena política. El espectáculo de empresas automovilísticas como la Ford enfrentando a los trabajadores a ver quién se ofrece más barato es indignante, y gobiernos autonómicos ofreciéndose a las empresas como Volkswagen para que les hagan el favor de instalarse en su tierra, también.

Debe imponerse otra forma de vivir con menos y ha de ser más solidaria. Los jóvenes ya saben que no vivirán mejor que sus padres. Las nuevas propuestas sobre una economía estacionaria y resiliente ya están entre nosotros, una que reparta el trabajo, que ofrezca oportunidades para todo el mundo, con arreglo a la capacidad de los territorios de ofrecer recursos, y con ideas como la semana laboral de 4 días que algunos sugieren.

Las políticas actuales no dan respuesta a la crisis permanente en que vivimos, una crisis social y ambiental. Necesitamos otra política.

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