Ahora resulta que los mayores enemigos de la biodiversidad son los gatos. ¡Sorprendente! Yo pensaba que eran los humanos pero, al parecer, me equivocaba.

Este verano nos enterábamos de que en Polonia se ha declarado a los gatos «especie exótica invasora», a partir de un informe de la Academia Nacional de Ciencias Polaca, refiriéndose al daño que causan a aves y otros animales salvajes.

No tenemos dudas de que los gatos son cazadores generalistas y que arramblan con todo ser viviente que pillan (ratones, grillos, pequeños reptiles, cucarachas, gorriones, etc.), aún estando bien alimentados. Pero de eso a considerar a los gatos asilvestrados de las colonias felinas «uno de los mayores problemas para la biodiversidad», como afirman desde la Real Federación Española de Caza (Levante, 23/08/2022), me parece a mí que se han pasado. No cometamos el error de pensar en los gatos ferales como unos seres despreciables y abonemos el camino a los gatófobos. Pensemos en ellos como seres vivientes, sensibles al dolor y dignos de protección (como así recoge una reciente modificación del artículo 333 del Código Civil).

El mayor enemigo para la biodiversidad es el ser humano; y en particular, los irresponsables poseedores de gatos en casa que no los esterilizan y cuando se hacen adultos, les molestan o entran en celo, los tiran a la calle, echando por tierra el ímprobo esfuerzo de las voluntarias que cuidan las colonias callejeras.

Según un estudio de la Universidad de Ciencias Biológicas de Varsovia, se estimó en 2019 que los gatos domésticos matan a unos 583 millones de pequeños mamíferos y 135 millones de aves al año en Polonia (El País, 03/08/2022). Los científicos hacen su trabajo y los ciudadanos de a pie no estamos en condiciones de hacer frente a sus tesis pero, esos mismos científicos ¿no se han parado a pensar en los millones de pequeños mamíferos y aves que anualmente matan las acciones humanas sobre el territorio? Cada vez que urbanizamos un suelo antes agrícola o forestal, o cuando comienza el movimiento de tierras en un solar, ¿nos paramos a pensar en los seres vivos que fagocitamos por la acción de las máquinas?; ¿se legisla desde los Ayuntamientos o entes superiores para que eso no ocurra?

Los gatos de la calle, aunque pueden implicar algunos inconvenientes, forman parte de nuestro entorno y aportan ventajas a nuestra sociedad. Y la clave de una buena convivencia entre las personas y los gatos ferales consiste en una gestión adecuada de las colonias, que permitan su existencia, con la mayor calidad de vida posible y sin provocar problemas en el entorno. El proyecto de ley de Bienestar Animal aprobado por el Gobierno español recientemente, pendiente del trámite parlamentario y al que han presentado enmiendas a la totalidad PP, PNV y VOX, redunda en esa idea.

Los ayuntamientos deben implicarse mucho más en la gestión animal. Muchos ediles se declaran fervientes animalistas pero después son incapaces de llevar a cabo una mínima política de gestión y protección animal, aun contando con la inestimable colaboración de las asociaciones protectoras. Se agradece la ayuda económica directa de la Corporación saguntina durante las dos últimas legislaturas, aportando un pequeño presupuesto para esterilizaciones y reuniendo periódicamente el Consejo de Bienestar Animal, pero eso es absolutamente insuficiente (las gatas continúan quedándose en celo, no esperan a que se renueve el presupuesto).

Los gatos en la calle continuarán siendo una preocupación mientras no dejemos de considerarlos como una plaga más, molesta para la ciudad, y desde el ayuntamiento no se cree una Unidad de Gestión Animal, que (con la colaboración de las asociaciones protectoras) se ocupe tanto de los gatos ferales como de todas aquellas especies animales silvestres que habitan en la ciudad (golondrinas, palomas, urracas, tórtolas, cotorras, etc.).