Tribuna
Ángel Olmos: El obrero que trabajó con otros a España en sus aceros
El secretario general de la Confederación Sindical de CC.OO. de España (1987—2000), Antonio Gutiérrez, reflexiona sobre el reciente reconocimiento al veterano sindicalista en Sagunt
Antonio Gutiérrez Vegara | Secretario general de la Confederación Sindical de CC.OO. de España (1987—2000)
La Fundación de la Comunidad Valenciana del Patrimonio Industrial y de Memoria Obrera del Puerto de Sagunto ha acordado que el pabellón-sala de Horno Alto 2 lleve el nombre de Ángel Olmos Gauses. Una decisión muy atinada puesto que Olmos es el crisol de los dos ingredientes definitorios de la razón de ser de la Fundación: la cultura industrial en el Puerto y la histórica lucha de sus trabajadores.
Desarrollo industrial y movimiento obrero han sido, son, imprescindibles desde sus orígenes. La producción de bienes manufacturados para abastecer el mercado de amplio consumo requería de mano de obra abundante; y el legítimo afán de los asalariados por mejorar sus condiciones de trabajo y de vida indujeron las innovaciones de las técnicas de producción, de los sistemas de organización del trabajo y la paulatina mejora de la productividad por hora trabajada de ambos factores de producción, el trabajo y el capital; sí también de este segundo, pues se suele “olvidar” que sin invertir en la renovación de máquinas y herramientas, la tasa de productividad será decreciente y que hacerla recaer solamente sobre las cabezas y brazos empleados conducirá a perder, además, competitividad frente a las economías foráneas que se hayan esforzado en modernizar su capital tecnológico. En suma, combatiendo la sobrexplotación como medio para obtener la mayor tasa de beneficio desde la primera revolución industrial, el movimiento obrero se convirtió en un vector determinante del progreso tecnológico, económico, social y aún político; porque consolidar los nuevos derechos socio-laborales que se iban conquistando, comportaba (y comporta) lograr simultáneamente derechos civiles, libertades y sistemas democráticos en los que representar a las clases trabajadoras y desde los que se puedan promover nuevos avances en todos los órdenes de la vida.
Conjugar sindicalismo con inquietudes sociales en la perspectiva de una España democrática no fue una elucubración teorética para Ángel Olmos sino la motivación de su vida desde que a los dieciocho años empezó a trabajar en Altos Hornos. Participó en la creación de las primeras Comisiones Obreras en el Camp de Morverdre para promover la lucha dentro de la factoría por dignificar el trabajo y fuera de ella para mejorar las condiciones de vida de la gente trabajadora en sus barrios, pueblos y ciudades; para que pudieran acceder a una vivienda digna, escolarizar a sus hijos o asegurarse la atención sanitaria cuando la necesitasen. Y supo demostrar como nadie que unos y otros anhelos solo podrían abrirse camino demoliendo el muro a la justicia, a la libertad, a la democracia, que representaba la dictadura fascista de Franco. Por ese afán de justicia y libertad se comprometió también militando en el Partido Comunista de España; aquel que propugnó antes que ningún otro partido la Reconciliación Nacional, allá por el año 1956; es decir, cuando Franco seguía asesinando a cuantos vencidos capturase, pero con especial saña a los comunistas, esgrimiendo su “victoria” implacable e interminable hasta un mes antes de morir.
Compañerismo, solidaridad y coraje fue atesorando Olmos y sus saberes dieron como resultado un magisterio encomiable por inteligente y combativo.
"Mal llamada Reconversión"
En la mal llamada “reconversión industrial”, porque en realidad se orientó a la simple reducción de las actividades con los consiguientes cierres de instalaciones y destrucción masiva de empleos, hasta resultaba comprensible que algunos sindicalistas cayeran en dos extremos: el radicalismo tronante que predicando la resistencia a ultranza devenía en derrota, o el pragmatismo vulgar resignándose a lo que gobierno y empresarios tuviesen a bien conceder, lo que igualmente entrañaba ser derrotados sin haber dado batalla alguna. Ambos condujeron en distintos lugares afectados por aquel desmantelamiento industrial a la desolación. Pero en Sagunto se logró la excepción.
Ángel Olmos, junto a la mayoría de sus compañeros en la siderúrgica saguntina demostraron la radicalidad que merece tal nombre: la de ser congruentes entre desentrañar la raíz de los problemas y elaborar las alternativas más plausibles para solucionarlos. Por ser la posición más cargada de razones es la que requiere de más fuerza para defenderla, de mayor firmeza para contrastarla con las opuestas y de mayor inteligencia para negociarlas finalmente. La combatividad que demostraron no fue un desahogo momentáneo (como lamentablemente vimos en otras zonas en “reconversión”) sino continua, administrada con temple para no caer ni en arrebatos puntuales ni en desánimos derrotistas; su tesón defendiendo el máximo de empleos posibles SIDMED y la creación de otros en industrias alternativas los hizo incontestables y su ductilidad para negociarlas dieron un resultado ejemplar y singular en el panorama industrial de nuestro país.
Bien podría haberse inspirado Gabriel Celaya en Ángel Olmos para hacer de su poesía un “arma cargada de futuro”, porque más allá de sus penas personales, que no fueron pocas y alguna fue especialmente desgarradora; como nos recuerda su buen amigo y compañero, José María López Barquero (quien me honra así mismo con su amistad), se ensanchó, como dice el poeta, para trabajar a España en sus aceros y con otros lograron nos lanzásemos a “pasearnos a cuerpo” y a poner a “España en marcha”, a lo que también nos emplazó Celaya, hasta alcanzar la libertad.
Gracias de nuevo a la Fundación porque con su reconocimiento a Ángel Olmos, contribuye a que la muerte no pueda borrar su vida, ni la de tantos luchadores que han de seguir alentando a muchas generaciones futuras en el empeño por lograr un mundo mejor.
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