Historia
Las fresas de Les Valls
El cultivo de fresas se abrió paso en Les Valls a mediados de los años 50 del pasado siglo. La producción era de tal calidad que llegó a venderse en València capital y a exportarse a Francia

Mujeres recolectando fresas. | ARCHIVO DE VICENTE RIBELLES
María Forner Palanca
Entre Sagunto y Almenara, entre dos antiquísimos y nobles castillos, se extiende un fértil valle con un clima templado, muy propicio para la agricultura. A lo largo de los siglos, se han cultivado viñedos, algarrobos, naranjos… Pero durante un breve periodo de tiempo hubo un delicado cultivo que hizo las delicias de quienes lo conocieron: las fresas.
Nos situamos en la década de los cincuenta del siglo veinte. Debido a unas lluvias, el agua del barranco de Benavites inundó algunos huertos contiguos. Allí tenía un campo la familia de Vicente Ribelles Soriano, oriundo de Quartell y que nos ha facilitado la información para este artículo y las fotografías que lo ilustran. Al parecer, el agua había arrastrado unas plantas de fresa y pasados unos días brotaron 3 ó 4 de forma espontánea. Vicente recuerda que su padre decidió dejar las fresas y que al principio las recogían para consumirlas en casa.

Vecinos, con una cesta recolectada. / Familia Ribelles
Este fruto se reproduce por estolones por lo que, poco a poco, salieron más plantas en el huerto y la familia decidió comercializarlas. Este producto se enviaba a Valencia en el autobús de línea. Las cestas se colocaban en la baca del vehículo y se descargaban en las Torres de Serrano. Desde allí se distribuían a diferentes tiendas y paradas. Una de ellas estaba en la plaza del Ayuntamiento. Las fresas del campo de Vicente Ribelles se vendían con el reclamo “Fresas de los Valles”. Otras se vendían como “Fresas de mis fresares” pero no sabemos exactamente su origen. También se enviaban a Francia en camiones refrigerados.
Una práctica común en Les Valls en aquellos años era plantar fresas entre cada tira de naranjos. Del abono y el agua que se echaba a las fresas se nutrían también los naranjos, y las fresas se aprovechaban para consumo doméstico.
Trabajo muy duro
La recolecta tenía lugar en primavera y la mano de obra eran principalmente mujeres y niños (en los años 50, era normal que trabajaran niños de 10 o 12 años).
El trabajo era muy duro porque había que estar todo el rato agachado, y era muy minucioso. En primer lugar, se depositaban una a una en un plato de porcelana y de ahí se pasaban a una cesta. El fondo de las cestas no era llano sino que estaba un poco abultado en el centro para que unas fresas no aplastaran a otras. Había que regar la plantación todas las semanas y, durante la recolecta, las fresas se recogían dos veces por semana porque de lo contrario se estropeaban. Había que hacerlo aunque hiciera mal tiempo. Además, era preciso eliminar continuamente el «fresar bord» que eran unas matas que podían perjudicar a la planta.

Momento de la recolección. / Familia Ribelles
El principal motivo de la desaparición de este cultivo tan preciado fue su elevado coste y la subida del precio de la mano de obra. Se tardaba una hora en recolectar un kilogramo; por lo que, sumando el jornal que había que pagar a los trabajadores y el transporte, el precio final tenía que ser muy elevado para que el negocio fuera rentable. Además, la vida de un fresar era de unos dos años, ya que el tercer año el producto ya perdía algo de calidad.
Pensamos que este cultivo estuvo presente en los Valles aproximadamente durante una década. Por lo tanto, fue una historia breve pero que, sin duda, vale la pena contar y recordar para que no caiga en el olvido.
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