Suera es ahora un pueblo muy bonito, limpio, atusado, más aún bajo la lluvia que nos recibe, con dedos muy menudos. Las sangrías de población, mal endémico en esta zona (con alguna colaboración humana directa), se ha detenido en Suera, que tiene alguna industria hostelera y marcas del diluvio de ladrillos que nos anegó hasta hace poco. Da gusto pasear por sus calles, subir y descender junto a un hermoso calvario cerrado como una tumba. La parroquia tiene un retablo cerámico de Manolo Safont y ha recuperado los toques tradicionales de campanas, un lenguaje más amenazado que los dialectos uro-altaicos.
Pero tenemos que seguir hacia Ayódar, que nos recibe con sol y rosas (hay muchas en la población), con el gracioso campanario que los dominicos dejaron allí a modo de pica de su pretensión „vana„ de cristianar a los moriscos. El pueblo es muy grato. Los niños juegan cerca de los olivos de la plaza mayor que cierra de un lado la mole de la iglesia dedicada a Sant Vicent Ferrer. Del castillo resulta visible una torre de defensa. No parece que los árabes llegaran a constituir un verdadero municipio y lo que protegía (y atenazaba) el castillo era una constelación de alquerías. Paseamos hasta el lavadero. Por el fondo del barranco corre el río Chico. Charlamos con una vecina. Hay gente que vive aquí sus años jubilares, aunque no sean originarios del pueblo, que es muy grato. La señora seca pétalos de rosa para arrojarlos al paso del Santísimo en la procesión. Como en Fuentes, animosos vecinos de Godella acometieron un primer intento de repoblación al reorganizarse el territorio como Baronía tras la salida de los últimos musulmanes
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Comemos en el bar La Piscina, donde tienen el ABC. Me entero de la publicación del dietario de macuto de Ernst Jünger en la Gran Guerra. Pero, mucho más cerca, un vecino denuncia en dazibao, que firma e ilustra, el «fusilamiento» del macho cabrío Jomeiny „por estas que son cruces„ y la carnicería perpetrada en tres hembras preñadas de cabra montesa. El vecino exige contención a las escopetas hasta que la población se estabilice. Suena sensato, pero más arriba, por Villamalur, las laderas están hendidas y llenas de costurones: son las trincheras de la Guerra Civil.
Hay que dar marcha atrás y tomar la desviación „una vía muy montonera y en constante ascenso„ hacia Villamalur, donde hubo la víspera una bonita Feria, lástima. Damos una vuelta por el pueblo y un vecino nos enseña una almazara familiar, tan familiar que está en el recibidor de la casa. La carretera hacia Matet es una rayita roja en el mapa. Pura fascinación: vuelven los alcornoques, los rudos barrancos, los olivos retornados a su ser de acebuche, los algarrobos cerriles, junto a campos perfectamente labrados. Es un lugar de ensueño: las cerezas, que ya han cosechado en la Gallinera, aquí son, aún, bolitas verdes. Pura serranía.