Dice Juan Carlos Garés (cofundador de Arden Producciones junto con Chema Cardeña) que, puestos a mirar atrás con la perspectiva de los veinte años de vida de la compañía que ahora celebran, la primera impresión que le asalta es la de que vivían mucho mejor antes de abrir la Sala Russafa: "Desde luego, no es lo mismo tener una compañía que una compañía y una sala, y máxime en este momento en el que todo se ha complicado lo indecible". Pero además —añade el actor— hay una segunda impresión inmediata. "Una sensación clara de involución. Creo que, creativamente, hemos avanzado mucho, pero en casi todos los demás aspectos ha sido al contrario: ahora a la sociedad le gusta menos la cultura y la consume menos; nuestros políticos, todos, nos minusvaloran, y el retroceso económico es también evidente. Un ejemplo: hace poco, miraba una factura de 'La estancia', de 1996, y vi que cobrábamos por un bolo un poquito más de lo estamos cobrando ahora, en 2015".

Chema Cardeña interviene y matiza: "No estoy tan de acuerdo en que antes vivíamos mejor, quizá vivíamos más cómodos... Lo que ocurre es que ahora es todo mucho más complicado porque la responsabilidad se ha duplicado".

Cardeña sí coincide, en cambio, en esa involución general de la que hablaba Garés. Incluso extiende la mancha y sus perniciosos efectos: "Sí, la involución es evidente, sin duda, pero es social, absoluta, no exclusiva del teatro. Desde 1995 hasta ahora, la sociedad ha dado un paso atrás verdaderamente brutal".

¿Buscamos responsabilidades? Sigue hablando Cardeña: "Yo no soporto a los políticos, pero también estoy muy harto de que se les eche la culpa de todo. La sociedad tiene, en gran parte, lo que ha querido tener. Aquí, en un momento dado —explica el actor, dramaturgo y docente—, la gente primó unos determinados valores, estableció sus necesidades prioritarias, y entre unos y otras no estaba la cultura. De modo que la sociedad acabó metiéndose a sí misma en una especie de bucle que nos ha traído hasta donde estamos".

¿Y dónde estamos exctamente?, preguntamos. La respuesta es demoledora: "En una una situación en la que la mojigatería que hay en la cultura es espeluznante, y de verdad que no se me ocurre otro adjetivo

—se lamenta Cardeña—. Estamos hablando de censuras estúpidas por títulos de obras, por escenas, por temática...; estamos hablando de una televisión que ya no es que sea telebasura, es que tal parece un soma [la droga de la novela 'Un mundo feliz', de Aldous Huxley] al que uno se engancha y está viendo lo mismo una y otra vez. El desinterés por la cultura es tremendo", concluye, no sin traer un ejemplo lleno de sarcasmo: "¡El colmo es ya que Vargas Llosa llegue a un escenario como actor! Esto demuestra que hemos llegado a la debacle".

Responsabilidad social, de cada uno de nosotros, por lo tanto, pero no única. Arden y la Sala Russafa siguen doliéndose en la voz de Chema Cardeña: "Nuestros políticos son muy listos: vieron la situación y lo han puesto todo para que nos sintiéramos cómodos... El resumen quizá sea que la sociedad es ahora mucho más básica que antes. Es cierto que antes había un postureo cultural increíble, y esta ciudad, Valencia, es un buen ejemplo de ello, pero ahora es mucho más simplista. Ya nadie se preocupa de la cultura. Sólo hay que fijarse en que ni siquiera los nuevos partidos milagrosos, los políticos emergentes, mencionan la cultura para nada, y si en todo caso algo dicen, no es sobre cultura, sino sobre economía".

Triste panorama. Que además, para más inri, no se repite en eso que muchos llaman 'nuestro entorno'. A ver si resulta que España sí es diferente... Garés retoma la iniciativa: "El consumo cultural en otros países europeos no tiene nada que ver con el de España. Sí —afirma de modo categórico—, España es diferente. Tenemos un estatus muy complicado, posiblemente muy similar al de Italia, Portugal, Grecia...".

Grave afirmación que necesita asiento sólido. ¿Razones climáticas, biológicas, dietéticas...? "Históricas. Razones históricas —explica de nuevo Cardeña—. En otros países ha habido una política cultural nacional, pero nosotros somos una mezcla de gentes con climatologías opuestas, con orografías opuestas, con costumbres opuestas, con tradiciones diferentes... Todo muy rico, sí, pero imposible de casar. Y si hablamos específicamente del teatro, aquí siempre ha funcionado como un escaparate: los Austrias iban muchísimo al teatro... a tener vida social, a liarse con las cómicas. Tenemos unos teatros importantes y preciosos, pero ya dijo Casanova que todos tenían palcos para que las señoras les hicieran la puñeta a los señores...". ¿Y qué ha ocurrido ahora? Que ese papel social del teatro también se ha perdido, ya no es un sitio de encuentro, y, sobre todo —añade Chema Cardeña—, aquí cada uno de nosotros somos un artista y un charlatán, pero en el teatro hay que estar callado y escuchar. No somos gente que escucha, somos gente que dice, que polemiza, que no escucha".

Todo, por supuesto, sin dejar que la dictadura franquista, corresponsable de este largo desaguisado, se vaya de rositas: "Napoleón tenía buen gusto. ¡Es que hasta Mussolini y Hitler tenían buen gusto! A nosotros, en este aspecto, digo de lo que se refiere a la estética, ojo, nos tocó lo peor. Yo no recuerdo a ningún político franquista que le gustar el teatro", dice Chema Cardeña.

En fin, que habrá que intentar meter en este espacio oscuro de la cultura y el teatro de ahora al menos un rayo de esperanza futura. Porque, a ver, alguna solución habrá, ¿verdad...?

Juan Carlos Garés: "Si hablamos de presente, lo veo realmente difícil. ¡Pero yo sí que creo en el futuro! Hay soluciones, pero requieren tiempo. La necesidad social de consumir cultura llegará. Y tenemos que lograr que haya de nuevo comunicación entre la política y la cultura".

"Y la educación —suma Cardeña—. Yo siempre he dicho que Europa necesita una educación común". "Sí —se reafirma Garés—, porque además las sucesivas leyes de educación españolas en realiadad han sido armas arrojadizas de los partidos políticos".

Cardeña y Garés, como su compañero de fatigas David Campillos, también están de acuerdo en algo fundamental: En que nadie podrá con el teatro. Nunca. Porque es insustituible. "Lo haremos debajo de una alcantarilla, pero no podrán con él. Es una pena que a los políticos no les guste, pero no podrán con él".

Por eso Arden no deja nunca de trabajar. Lo último ha sido la música y la política con envoltorio de cuento histórico. Y aquí es fundamental la dirección musical, responsabilidad de la tercera y más reciente pata de la compañía, el músico David Campillos: "Antes, cuando salías de gira, te centrabas en la producción y listo —nos dice—. Pero cuando tienes un espacio propio, todo se complica porque tienes que atender y responsabilizarte de todo, de que todas las actividades, desde las representaciones teatrales hasta la docencia, contnúen con normalidad. Con todo, no hay duda de que el poder tener una sala donde ofrecer actuaciones musicales en directo es todo un lujo".

Autor, actores, músico... Un trío de talentos pedaleando a la vez en ese triciclo llamado Arden. Por amor a su arte y compromiso peersonal. Esa es la gran garantía de futuro. Porque al fin y al cabo, dicen, "esto es una vocación".

L’Horta Teatre

La compañía L’Horta Teatre también está de aniversarios durante estas fechas. Nade menos que cuarenta años en activo y veinte desde que abrió la Sala L’Horta en Castellar y Oliveral. Al frente siempre, Alfred Picó, acompañado desde el año 2000 por Roberto García. Atrás fueron quedando otros, como Carles Alberola y otros nombres del teatro valenciano.

L’Horta Teatre conmemora estos aniversarios con una nueva edición de su festival Som_riure, una programación tan breve como divertida. Empezó el pasado fin de semana, con el éxito de 'Cyrano de Bergerac', y continúa mañana, sábado, con otro superéxito, la premiada 'Ficció', de Albena Teatre y con el admirado Carles Alberola en escena. La última, el día 26, domingo: Óscar Tramyores y 'La llista de la compra'.

Picó recuerda los inicios de L’Hortas, pero hace hincapié, sobre todo, en el momento actual, marcado por ese tándem de dramaturgo (García) y actor (él mismo) que ha logrado definir una línea de trabajo con marcada y eficaz personalidad.

Por supuesto, en L’Horta no viven ajenos a las tremendas dificultades del momento. "Intentamos sobrellevarlas de la mejor manera posible —comenta Picó—, capeando el temporal a base de trabajo y adaptándotnos a las posibilidades del momento. Hubo un tiempo —recuerda— en el que el nivel de producción era mucho más que aceptable, como demuestran las salidas fuera de la Comunitat Valenciana, o las nominaciones a los Premios Max, y hoy en día atravesamos —coincide con sus colegas de Arden— tiempos de involución. Económica y artística, sí, pero no de contenidos". Quede claro.

Roberto García, por su parte, repara en las cuatro décadas que han quedado atrás. Él entra en L’Horta ya en el siglo XXI, en el año 2000 concretamente, pero recuerda que antes ya asistía a sus representaciones como espectador. "Esto me hace ver la actividad de esta compañía como un proceso histórico paralelo a los cuarenta años de la democracia en el País Valencià —nos dice—. Tiempos de subida artística y profesional, en paralelo a una serie de cambios políticos y sociales en democracia. Dede el 2000, mi perspectiva personal ya es más artística, más ceñida al ámbito profesional".

¿Y qué ha ocurrido en estos últimos quince años? "Pues que hemos vivido en el casino, hemos sufrido todas las burbujas habidas y por haber —se lamenta García—, y claro, también el estallido y la profunda recesión. Nuestro orgullo es que, a pesar de todo, hemos seguido produciendo espectáculos. Hemos tenido que redimensionarlos por imperativos económicos, sí, pero no hemos bajado el nivel artístico, la autoexigencia, e incluso hemos seguido abriendo puertas a nivel de contenidos y de poética teatral".

Hoy por hoy, la sociedad sobrevive y L’Horta Teatre también. Con la dificultad añadida de que el suyo es un trabajo orientado al público infantil. Todo un referente de la escena en este sentido. Y siempre con una serie de constantes que no se puede dejar de remarcar: la apuesta por los profesionales valencianos, por la lengua autóctona como idioma inicial de creación, y mirando siempre a nuestro tiempo, a la dramaturgia contemporánea.

Y, en fin, el futuro incierto. Alfred Picó mantiene la esperanza en este año electoral. "Sin lamentarnos egoístamente, porque la crisis es igual para todos, lo cierto es que en las actuales circunstancias mucho nos tememos que quizá no podríamos aguantar un par años más: no queda estructura por reducir sin llegar a la precariead, y yo creo que antes de eso habría que optar por una retirada digna. La necesidad del apoyo institucional es incuestionable".

Dignidad y orgullo para concluir. Así lo manifiesta Roberto García dirigiéndose "a los antisubvención. Nosotros nos sentimos muy orgullosos de convertir el dinero público en cultura y entretenimiento para niños y adultos. Más hoy, cuando sabemos que otros lo han robado para su enriquecimiento personal".