Menudo Lunes Santo. Todavía en shock tras enterarme del fallecimiento de Diego Galán (sabía de su enfermedad, pero hace cuatro semanas estuvo en Málaga; quién iba a imaginar un desenlace tan rápido), no daba crédito a lo que veía en televisión: Notre Dame en llamas.

En cuanto cayó la aguja cual remate de una falla, no pude seguir viendo en directo tal atrocidad. Nuestras cabezas deben funcionar como el algoritmo de Youtube, puesto que desde el segundo 1 asocié lo que veía en la televisión con la imagen icónica del 11-S.

Para mí Notre Dame no es sólo un símbolo, ni un recuerdo de cuando estuve allí, que también. La catedral de París se convirtió en uno de mis refugios televisivos desde que el día de Navidad de 2012 nuestra televisión pública, a través de la UER, emitió desde allí la Messe du Nöel.

Emocionado por su música, sus coros y los sonidos de su órgano, descubrí en Internet el canal de televisión KTO, que aloja todas sus celebraciones. Y allá que empecé a zambullirme de cuando en cuando para relajar el espíritu. Ojo, que cuanto más subían mis picos de agnosticismo mejor me sentaba la inmensa belleza de esa música sacra con sello propio.

Me familiaricé con los distintos coros, con los cinco organistas oficiales, Vicent Dubois, Olivier Latry, Phillipe Lefèvre, Yves Castagner y Johann Vexo. También con el sello particular del insondable repertorio.

Seguro que a Diego Galán, tan socarrón como anticlerical, nunca se le ocurrió flirtear con semejante canal. Cuando me sorprendió la noticia del incendio estaba leyendo su última columna, publicada el pasado viernes, «Con la Iglesia hemos topado». Aludía a las dos películas en cartel con curas de por medio. Su última frase era tan elocuente como el título: «No hay quien se los quite de encima». Ay, Diego, si nos pudiéramos reencontrar algún día con Jack Lemmon…