Cataclismos interiores

Hilvanando cielos, de Paco Zarzoso, coproducción entre Hongaresa y el Centro Dramático Nacional, se representa en el Teatro Talía después de haber logrado el éxito en Argentina y antes de viajar a Madrid

Paco Zarzoso (con gafas), Lola López, Juan Mandli, Mireia Sobrevela y Ruth Atienza.

Paco Zarzoso (con gafas), Lola López, Juan Mandli, Mireia Sobrevela y Ruth Atienza. / Fernando Bustamante

Antonio M. Sánchez

En 1908, en la Siberia central cayó un meteorito de solo 70 metros de diámetro. Liberó una energía mil veces mayor que la bomba de Hiroshima. En el llamado cinturón de Kuiper, un poco más allá de Neptuno, orbitan el Sol unos 100.000 objetos con diámetros superiores a los 50 km. ¿Se imaginan qué ocurrirá si uno solo de ellos impacta contra la Tierra? Literalmente y sin remedio, el fin del mundo.

Un final así es precisamente el motor dramático de la obra de Paco Zarzoso estrenada el miércoles en el Teatro Talía de Valencia, donde permanecerá hasta el 9 de diciembre. El título, Hilvanando cielos, responde a cierta frase de uno de los personajes refiriéndose al meteorito que les sobrevuela y está a punto de provocar el apocalipsis, ese fin de la vida sobre la Tierra que, ironías de la vida, coincide con la desintegración del coliseo de la valenciana calle Cavallers como espacio teatral público, a falta del musical Chocolat!, que lo ocupará desde el 12 de diciembre hasta que termine este aciago 2012.

El apocalipsis, la certeza de la muerte inminente. Son, decíamos, los propulsores íntimos de los personajes de esta obra de Paco Zarzoso que viene de triunfar en el ciclo Dramaturgos-Directores de Buenos Aires, interpretada por actores argentinos. Pero el apocalipsis y la muerte en este texto del artista del Puerto de Sagunto no tienen relación alguna con milenarismos absurdos, tan de actualidad de nuevo a cuenta de las mayoritarias y estúpidas interpretaciones que se han hecho de las profecías mayas. Muy al contrario, el inevitable adiós de Hilvanando cielos no es el fin, sino el terremoto interior y la consecuente transformación que experimentan unos personajes enfrentados a la muerte y, por lo tanto, también a la vida. Una visión, en este sentido, quizá más cercana a lo religioso en cuanto que grandes creencias del ser humano, como el cristianismo y el islam, por quedarse en casa, se relacionan profunda e íntimamente con lo escatológico.

Sobre el escenario en esta coproducción de Hongaresa Companyia de Teatre y el Centro Dramático Nacional, cuatro personajes refugiados en una idílica casa de campo durante una calurosa noche de verano. Son un viejo actor, su hijo (estrella de la televisión), la mujer de éste (arquitecta que prepara los planos de un edificio que jamás construirá) y la misteriosa hija adolescente de ambos. Muy pronto se les sumará una enigmática vecina, quien desvelará un suceso que terminará por desestabilizar completamente a la familia. Estos son los personajes; los intérpretes, ahora valencianos, son Carles Sanjaime, Lola López, Juan Mandli, Mireia Sobrevela y Ruth Atienza. A través de los primeros, estos actores serán los portavoces inconscientes del apocalipsis, de un mundo que pide a gritos un cambio de rumbo.

Destruir para construir. Es también el pensamiento romántico con el que conecta el texto, nos dice su autor, quien resalta igualmente que Hilvanando cielos habla igualmente del amor, es decir, de la condición humana. Al fin y al cabo, «la muerte nos coloca a todos en un lugar caliente „dice Zarzoso„, nos aleja de lo superfluo» y nos obliga a «mostrar de qué maneras tan distintas gestionamos cada uno los propios miedos».

Importancia del texto, protagonismo actoral y maneras de enfrentarse a los abismos interiores de seres ambivalentes, nunca monolíticos, porque están vivos. Es la marca de Zarzoso y de Hongaresa. También en esta última obra que, desde Valencia, recalará un día en el Puerto de Sagunto antes de subir a los escenarios madrileños y continuar luego gira española y extranjera. Personajes poliédricos y dotados también de sentido del humor, porque el humor, según Paco Zarzoso, «es una de las estrategias más interesantes para desnudar el alma de los personajes, para abordar el dolor y compartirlo». Una eficacísima manera, en suima, de sacar a relucir lo mejor y lo peor de unos seres humanos que, como cuando el alcohol está de por medio, viven grandes cambios emocionales, se debaten entre la verdad y la mentira, abandonan lo superficial y muestran la esencia interior». De otro modo: el «teatro ebrio» de Paco Zarzoso.

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