conciertos infantiles

Formando espectadores para el futuro inmediato

En los últimos meses, han proliferado en Valencia las actuaciones de artistas locales destinadas a los más pequeños, celebradas en espacios diversos (salas de conciertos, centros culturales, tiendas o bares) aprovechando el horario matinal o vespertino

Luis Prado (Señor Mostaza), durante una matinal infantil celebrada en Loco Club

Luis Prado (Señor Mostaza), durante una matinal infantil celebrada en Loco Club / L. P.

Eduardo Guillot

Los conciertos para niños se han puesto de moda en Valencia. En un momento en que la asistencia a las salas atraviesa una crisis progresiva (agravada por el incremento del IVA hasta el 21% en el precios de las entradas) proliferan las iniciativas destinadas a los más pequeños. Las actividades de NanoRambleta organizadas por el Espai Rambleta, las actuaciones en diversos locales incluidas en el proyecto multidisciplinar Russafa Love Kids o los ocasionales shows matinales en la sala Loco Club son solo algunas muestras de una tendencia en alza.

No se trata de una iniciativa nueva en el panorama independiente estatal. En 2006, el sello barcelonés Sones puso en marcha el ciclo de conciertos Minimúsica, con el objetivo de ofrecer algo diferente al público infantil. A día de hoy, es una marca consolidada en la que confían de manera estable festivales como Primavera Sound o Jardins de Cap Roig, en los que ofrece un servicio integral de ludoteca. En su caso, tras la propuesta hay un proyecto educativo dirigido por la maestra Núria Muntaner, cuyo objetivo es generar un interés musical en los niños de una manera libre y ofrecerles herramientas para desarrollar su creatividad: Juegos, conciertos monográficos con intención didáctica (dedicados a temas como los alimentos o los transportes), una colección bilingüe de discos (en los que han participado grupos como Za!, El Petit de Cal Eril, Fred i Son, Mujeres o Evripidis and His Tragedies) y hasta un proyecto editorial.

Las razones

De momento, en Valencia no existe una propuesta tan organizada ni capitalizada por un sello o un colectivo concreto, pero es evidente que las actuaciones dirigidas a los niños se multiplican con celeridad. Según Luis Prado, del grupo Señor Mostaza, que recientemente protagonizó una exitosa matinal en el Loco Club (se quedó numeroso público en la calle), pueden responder a un intento de ampliación de mercado. «La crisis agudiza las ideas, aunque yo había oído hablar de conciertos de este tipo hace algún tiempo. Por otra parte, los que somos padres lo tenemos complicado para ir a conciertos de rock: o va uno solo, o aparcas a las criaturas». En una línea bastante similar se pronuncia Gonzalo Fuster, conocido artísticamente con el sobrenombre de El Ser Humano. «Creo que se trata de un tema de edad. Mucha gente que tiene entre treinta y cuarenta años, ha estado o está vinculada a la música, y ahora tiene niños. Es una forma de conjugar la paternidad con la música. Y, según he comprobado personalmente, disfrutan más los padres que los hijos». Una impresión que también comparte el cantautor Néstor Mir. «En realidad, se trata de conciertos para adultos donde los niños se lo pasan muy bien. La nueva generación de padres modernos busca enfoques menos tradicionalistas de aprendizaje para sus hijos, así como eventos en horario infantil en los que ellos, como espectadores, también se sientan considerados».

Miquel Àngel Landete, líder de Senior i el Cor Brutal, amplía un poco más las posibles causas de este inusitado auge. «Daría tres razones: Por un lado, quienes íbamos a conciertos en esta ciudad en los años ochenta y noventa, ya no podemos ir tanto por los nanos, así que de este modo podemos seguir disfrutando de la música en directo. Por otro lado, tocar para niños lleva implícito hacerlo a un volumen más bajo, lo cual resulta genial para los garitos que programan estos eventos, porque la mayoría no tienen licencia para ofrecer música en vivo. Finalmente, es una forma primordial de educar a tus hijos en, con y para la música».

Público exigente

El talante de los músicos no es el mismo que cuando se enfrentan a su público habitual. «Es complicado tocar para ellos, son muy exigentes y dispersos», asegura Fuster. «Es normal a edades inferiores a los ocho o nueve años. Solo he realizado un concierto para niños, pero fue bastante significativo. Y resulta raro si piensas en enfocarlo hacia ellos, porque realmente son los padres quienes deciden dónde va a estar el niño. Está bien agradarles, pero tampoco son ellos el público objetivo real».

De alguna manera, el artista recupera la sensación de inseguridad de sus primeras experiencias sobre el escenario. «Nunca sabes qué está pasando por sus cabezas, y eso siempre inquieta un poco», admite Prado. «No sabes si les estás traumatizando, les estás aburriendo, están alucinando, o todo a la vez. Si ves que les gusta, te sientes genial. Y luego hay que añadir lo de tocar por la mañana, que es bastante raro».

Otros, como Néstor Mir, lo llevan con total naturalidad. «La primera vez que lo hice, tenía miedo de que mi repertorio no les gustase, pero me di cuenta que les encantaba». Y Senior tiene claro que compensa con creces. «Es muy divertido, hay risas garantizadas. También resulta muy creativo, porque tienes que adaptar las letras y el repertorio. Y más gratificante: los niños llevan la música dentro, así que te suelen hacer caso a la mínima, no como los mayores. Prestan mayor atención, tienen una falta absoluta de prejuicios, una inocencia expectante, una interacción continuada... ¡Son todo ventajas! Si los padres les llenaran los bolsillos para comprar nuestros discos, ¡sería el público perfecto!»

Las diferencias con los adultos alcanzan a otros aspectos. «Los niños no van borrachos, así que ya puedes entretenerlos, que si se aburren, se van rápido», comenta Luis Prado. Y Gonzalo Fuster abunda en la cuestión. «Las diferencias principales son el horario y las bebidas. Además, los niños tienen ganas de jugar y trastear, y mantenerlos sentados mirándote más de diez minutos es muy difícil, porque el mensaje que les atrae es muy distinto al de los adultos. Tienes que estar dispuesto a sufrir interrupciones y no poner cara de malote para que no se asusten».

La experiencia de Mir, sin embargo, es diferente. «Están más atentos, sorprendidos, expectantes, les encantan los instrumentos, las baterías, son muy curiosos, les gusta bailar y saltar. Los padres, al ir con sus hijos, están más deshinibidos y también bailan, cantan y saltan».

No solo eso. Los niños, además, exigen a veces modificar el repertorio o se convierten en los comentaristas más agudos. «Dos sobrinas me dijeron que no podía dejar de tocar Todo me recuerda a ti, que es la canción más triste que tenemos», recuerda Prado. Y Senior confirma que «no sirve de nada llevar un repertorio fijo, la improvisación juega un papel muy importante».

Trabajo de futuro

Probablemente, el aspecto más interesante del fenómeno sea la normalización del acceso por parte de los niños a la música en directo, especialmente en una ciudad en la que los adultos acuden cada vez menos a ver conciertos. De alguna manera, se está formando al público del futuro. «No me cabe duda», confirma Senior. «Si les creamos esa necesidad a nuestros hijos, pondrán algo de su parte para que en su ciudad haya conciertos. O se irán donde los encuentren. Cualquiera de estas dos alternativas mejorará su vida. Así que estamos obligados a ello».

Luis Prado, en cambio, alberga algunas dudas. «No me planteo ahora mismo si es bueno o malo, o si hay que educarlos en un sentido u otro, aunque sería genial crear un público que nos pida que hagamos una gira y nos volvamos a reunir cuando seamos viejunos».

Todo se andará. De momento, lo que parece claro es que hay un puñado de niños valencianos que han descubierto la fascinación de ver y escuchar música en vivo. El tiempo dirá si eso crea un hábito en ellos y desarrolla su sentido del gusto. El primer paso, al menos, se está dando en la dirección adecuada.

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