Esta exposición consigue un equilibrio entre pensamiento y representación pictórica, entendiendo ambas tareas como una fusión teórico-práctica que articula dos mundos representacionales. Uno de ellos emplea la simbología de los elementos naturales, como el mar, las plantas o flores, la piel o las telas… El otro mundo se ancla en los retratos, una suerte de heterónimos de la propia artista cuyas voces se encarnan en una pintura que tiene tanto de texto como de imagen; tanto de reflexión previa, como de encuentro mediante el uso de la técnica.