Llueve copiosamente y en la calle no hay un alma. Araujo está refugiado bajo el alero de un local cerrado. Delante está la fachada del Banco Río. Más de tres centenares de policías diseminados por el lugar aguardan la voz de su jefe. Las pizzas que había pedido como condición se habían enfriado. El grupo Halcón recibe la orden y entra: se encuentran con lo inesperado. Armas de juguete y una veintena de rehenes asustados los esperan dentro; no hay señales del grupo de ladrones.