Al revisar la historia desde la perspectiva del presente, concretamente las aportaciones y la importancia de los libros producidos por artistas a partir de los años sesenta y setenta, al contemplarlos desde la situación actual, se produce una actualización sorprendente de la aparición y reconocimiento de las prácticas artísticas Fluxus, conceptuales o minimalistas, pero, sobre todo, de la producción de libros y publicaciones de artista durante dicho periodo.

Fue a principios de la década de 1960, la misma década en que se formuló el arte conceptual, cuando surgió un enfoque realmente diferente en lo relativo a la concepción de los libros de artista, así como a su realización y a la forma de distribución. En ese periodo, el libro ocupó un lugar central en la producción de relevantes artistas contemporáneos, siendo a su vez motivo de teorías críticas sobre la autoría (o, mejor, la falta de autoría), la eliminación en el libro del texto o la imagen y, no menos importante, sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la producción masiva de las obras de arte.

Los artistas que decidieron trabajar con el libro como soporte plástico, asumieron que sus publicaciones, además de como producto artístico, funcionarían como instrumentos puramente comunicativos producidos mediante sistemas más económicos y serían fáciles de conseguir. Se lanzaron a trabajar con las técnicas y procesos de impresión entonces más avanzados, la reproducción de fotografía en blanco y negro por medio del offset o la Xerox, que les permitía realizar ediciones numerosas de forma rápida y a bajo coste. Y, según estos criterios, se alejaron radicalmente de las producciones anteriores, los llamados livres d'artiste o libros ilustrados, así como de cualquiera de los otros compromisos de artistas que utilizaron el libro en la primera mitad del siglo xx.