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Festival

Leos Carax triunfa en Cannes con la fascinante 'Annette'

El director de ‘Holy Motors’ regresa después de nueve años para inaugurar el certamen francés con una exuberante y desconcertante película protagonizada por Marion Cotillard y Adam Driver

Adam Driver, Leos Carax y Marion Cotillard, tras la presentación de ’Annette’ en Cannes.

Tiene mucho sentido que, en su primerísima escena, la película inaugural de la 74ª edición del Festival de Cannes ofrezca un virtuoso plano secuencia en el que sus actores literalmente se convierten en personajes mientras cantan con alegría una melodía titulada ‘So may we start’ -la traducción podría ser ‘Es hora de empezar’- que suena a electrizante llamada a la movilización. Y tiene sentido no solo porque, en efecto, con ella el certamen francés vuelve a la carga, pese al calor de julio y las restricciones sanitarias; también porque da la sensación de que, para Leos Carax, cada película es un renacer. ‘Annette’ es su sexto largometraje en 36 años -el único hasta la fecha rodado en inglés- y solo el primero desde ‘Holy Motors’, aquel trabajo monumental y sublime que, inexplicablemente, en 2012 completó su participación en este festival sin siquiera entrar en el palmarés.

La música siempre ha sido un elemento tan esencial del cine del francés -los momentos más icónicos de títulos como ‘Mala sangre’ (1986) y ‘Los amantes de Pont Neuf’ (1991) transcurren al ritmo de canciones de David Bowie y de Iggy Pop- que casi resulta llamativo que hasta ahora, con 60 años, nunca rodara un musical. Por lo demás, eso sí -y a pesar de vehicularse a bordo de una trama más clásica y lineal de lo hab itual en él-, ‘Annette’ es tan sensible, excesiva, onírica, desconcertante, grotesca, puntualmente fallida y rotundamente avasalladora como el resto de su obra.  

En todo caso, en gran medida la película pertenece también a Ron y Russell Mael, miembros del dúo californiano Sparks, que llevan buena parte de sus 50 años de carrera erigidos en objeto de culto gracias a sus composiciones, exaltadas melodías pop aderezadas de arrebatos sinfónicos, mucho humor y mucha dramaturgia. Fueron los Mael quienes idearon la historia que en ella se cuenta, escribieron las canciones que la vehiculan y convencieron a Carax para que diera vida al conjunto, y recuperara así la tradición perdida de las óperas-rock.

‘Annette’ reflexiona sobre las vidas y las muertes de tantos artistas condenados por sus egos, y para ello se centra en la historia romántica, febril y trágica de una pareja de amantes dedicados al mundo del espectáculo. Él, Henry (Adam Driver), es un cómico que ha hecho carrera practicando la vulgaridad y la transgresión y dice sentir "simpatía por el abismo". Ella, Ann (Marion Cotillard), es una soprano brillante y glamurosa. Él encarna el tipo de cultura que nadie valora, ella es sinónimo de arte mayúsculo. Aunque tan distintos, sin embargo, tienen una cosa en común: ambos están dispuestos a llegar al borde mismo de la locura en pos del ‘show’ -el paralelismo está ahí, disponible para quienes conozcan los detalles del traumático rodaje de ‘Los amantes de Pont Neuf’-, y esa precisamente es la dirección que sus vidas toman cuando nace Annette, su hija, una niña extraordinaria en más de un sentido.

La masculinidad tóxica

Mientras desarrolla esa premisa Carax evoca ‘La bella y la bestia’ (1946), de Jean Cocteau, un referente recurrente en su filmografía. Aquí, en todo caso, desde el principio tiñe de oscuridad el romanticismo consustancial al mito original para explorar un asunto que tampoco es nuevo para él: la masculinidad tóxica, esa patología en virtud de la que el cine se ha pasado décadas usando a las actrices en objetos en manos de los hombres y a ojos de la cámara. Paradójicamente o no, el director se muestra interesado sobre todo en Henry, prototipo contemporáneo del artista dominante, tan fascinado por la ferocidad animal de su monstruo que hasta cierto punto desatiende a sus víctimas: Ann es tratada como poco más que una figura espectral, y Annette no es más que una mera marioneta en manos de sus padres.

No es la única crítica que ‘Annette’ propone a través de su asombrosa exuberancia formal, a ratos elegante y a ratos abrumadoramente ‘kitsch’, y de la inspiración poética que le da fuelle escena a escena. La película carga contra el exhibicionismo y la explotación que imperan en el negocio, contra esas legiones de fans que tratan a sus ídolos como si fueran monos de feria, contra los fotógrafos que usan la cámara como si fuera un rifle. En general, se toma su tiempo detallando el lado más patológico, nocivo e intolerable del mundo del espectáculo. Y, pese a ello, resulta inevitable verla como, sobre todo, una celebración del arte y un homenaje a sus posibilidades. Y, de paso, como una certificación del genio de Leos Carax; a su capacidad tienen para tomar imágenes que pertenecen a la Historia -la del cine mudo, la de los musicales clásicos- y reconfigurarlas como algo inédito; a la pasión y el fervor que logra transmitir con cada una de sus escenas y cada uno de sus planos; y al buen estado de forma en el que mantiene ese don suyo para dejarnos con la boca abierta pese a su manía de someterlo a tantos periodos de inactividad.

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