'La piel en llamas' fue la obra teatral que impulsó la carrera de Guillem Clua como dramaturgo. La escribió como consecuencia de la guerra de Irak y en ella quiso verter algunos temas que le rondaban desde hacía mucho tiempo por la cabeza, entre ellos, el papel del periodismo en los conflictos bélicos y cómo contar la verdad cuando en realidad todo relato se pasa por el filtro de la ficción. 

Ahora, veinte años más tarde, se convierte en la primera adaptación de una obra suya y no deja de resultar paradójico que se estrene en este Festival de Málaga justo en el momento en el que nos encontramos sumergidos en la contienda entre Rusia y Ucrania. “Los ingredientes de una guerra siempre son los mismos. Hay verdugos, que además siempre suelen ser hombres, y hay víctimas anónimas de las cuales nadie se acuerda, desaparecen porque no forman parte de la historia oficial, porque el relato acaba prescindiendo de ellas”, cuenta Guillem Clua en la presentación de la película en el certamen. 

El director David Martín Porras conoció el texto a través de una alumna, cuando daba clases en Los Angeles, que había visto la obra representada en Chicago. “Cuando llegué a España la leí y me sorprendió la cantidad de niveles de lectura que tenía, porque es una crítica política y social feroz, habla de cómo se filtra la información según nos interesa y también conecté de forma muy íntima con el personaje de Salomon, con esa culpa que arrastra, porque todos hemos cometido errores y nos gustaría volver hacia atrás en el tiempo para corregirlos”, cuenta el cineasta. 

En la obra, dos parejas aparecían hablando en un hotel en el mismo espacio escénico. En la película, los vemos por separado. Por una parte, Salomon (Óscar Jaenada), que acaba de llegar al país donde captó una fotografía que le hizo famoso, la de una niña saltando por los aires tras una explosión, y se encuentra con una periodista local (Ella Kweku) para hablar del premio honorífico que está a punto de recibir. Por otra, un delegado de la ONU (Fernando Tejero) prometerá salvar a la niña enferma de una joven local, Ida (Lidia Nené) a cambio de favores sexuales y terminará agrediéndola y violando brutalmente. “Desde luego, ni la obra ni la película son amables de ver”, dice Guillem Clua. “Es muy visceral, y de alguna manera nos interpela constantemente en ese doble diálogo que se establece”. 

En la película se cuestiona el papel de las Naciones Unidas en relación con los países del Tercer Mundo, así como del merchandising de las imágenes violentas y de los traumas y las heridas que siempre quedan por cerrar. “Los medios nos han insensibilizado por completo ante los dramas de la guerra, y han mercantilizado con las imágenes. Desde que empezó el conflicto con Ucrania parece que haya una competición en las portadas de los periódicos para ver quién saca la foto más impactante”, continúa Martín Porras. 

Precisamente, Guillem Clua tomó como inspiración una de las instantáneas más famosas del fotoperiodismo, la de la ‘Niña del Napalm’ tomada por Nick Ut en Vietman. “Al final la película va de cuál es el camino para la construcción de la verdad”, dice Guillem Clua. “Vivimos en un país capitalista y hay una reafirmación de las dinámicas de poder estratégicas y económicas. A partir de ahí, no podemos ver el periodismo como algo puro, blanco, que nos trasmite la realidad sin ningún filtro. Incluso cuando estamos viendo en directo imágenes de una guerra, hay una intención, normalmente la de mostrar la superioridad militar de Occidente. Y cuando recibimos mensajes de una parte y de otra, tenemos que tener en cuenta esos filtros. Nunca sabremos cuál es la realidad, podrá estar más cerca o más lejos de los hechos, pero siempre es una construcción”.

¿Quién dice la verdad en esta historia? Cada personaje tendrá la suya, y en ese aspecto, Martín Porras intenta poner de manifiesto esos cuatro puntos de vista a través de lo que dicen y de lo que esconden, de lo que se ve y de lo que no. El círculo de abusos nunca termina, ni siquiera cuando todo parece haber terminado, porque siempre está ahí el trauma enquistado, y la humillación, la culpa y el odio hacia uno mismo y hacia los demás.