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Análisis

El Festival de Málaga necesita plantearse nuevos desafíos

Aquilatada su personalidad y su marca registrada, la cita cinematográfica debería apostar por nuevos horizontes caracterizados por una mayor flexibilidad y menos previsibilidad

Los Javis reciben el Premio Málaga Talent-La Opinión de Málaga.

Terminó una edición, la número 25, del Festival de Málaga, planteada como la de la "celebración de la vida" tras un par de convocatorias marcadas por los protocolos higiénico-sanitarios. El clima ha hecho de las suyas, con una (bendita) lluvia y un (no tan bendito) barro que han deslucido esa faceta más de reencuentro con lo popular y lo cercano con que Juan Antonio Vigar, el director del certamen, había diseñado la cita. Tiempo ahora de analizar las claves de la convocatoria.

Organización modélica

El equipo liderado por Vigar poco tiene que demostrar a estas alturas en términos organizativos. La "valentía prudente", como suele decir el director, les ha servido para llevar a buen puerto cuatro ediciones del Festival (una abortada dos días antes de su inauguración), en plena pandemia, levantando un proyecto inaudito en una situación inaudita y recibiendo el aplauso del audiovisual nacional, que extrajo de aquí un manual de buenas prácticas que se ha venido aplicando en otras citas hermanas del país. El reto de este año, lograr que volviera la alfombra roja, una de las grandes señas de identidad de un festival como éste, cercano, popular, antielitista, se decidió de manera salomónica (y gracias a los mejores datos de contagios): separar la alfombra profesional, la de los medios, de la de los fans y curiosos. El resultado, naturalmente, ha supuesto restar dinamismo y chispa a la cobertura pero lo principal, driblar al coronavirus, parece haberse logrado sin mayor problema. Y eso, aunque afortunadamente vivamos días de mejores cifras pandémicas, conviene no olvidar que tiene su mérito.

El "off" que sigue faltando

La noche del Premio Málaga Talent-La Opinión de Málaga a Javier Calvo y Javier Ambrossi dejó claro que es lo que le sigue faltando al Festival de Málaga: espectáculo, evento, sorpresas. No soy fan de estos creadores, ni mucho menos, pero verlos encima del Cervantes bailando, cantando, besándose y montando una fiesta entre amigos y colaboradores hizo que el resto de actividades del certamen quedaran en la zona gris, previsible. Por supuesto que no pido que la presentación de un proyecto de, un poner, Jaime de Armiñán termine con una party, pero creo, y es un déficit histórico, nos falta fiesta, cara lúdica y color. Sé que Vigar y los suyos están en ello, expandiendo el rango y límites del MaF, el aperitivo del festival, para convertir la ciudad en una fiesta de la cultura durante todo un mes. Pero que no se les olvide la chispa, el color, que no sea todo un mar de cinefórums, presentación y conferencias.

Sección Oficial "asfixiante"

Relacionado con el apartado anterior: la Sección Oficial es demasiado amplia, casi asfixiante, termina siendo contraproducente: primero, porque no todas las cintas seleccionadas son carne magra, sigue habiendo bastantes, demasiadas, que deberían ir a otras parcelas más, digamos, secundarias; segundo, la excesiva Sección Oficial termina opacando otras competiciones tan o más interesantes en bastantes jornadas.

El triunfo del cine latino

Algunos ya lo vaticinaban cuando el Festival anunció su transformación de cine español a cine en español: las producciones latinoamericanas le han dado un importante baño de calidad a las españolas. Salgo algunas excepciones (Cinco lobitos, Alcarràs, Camera Café, Mi vacío y yo, La voluntaria y La cima), las producciones facturadas por países hermanos parecen mejor plantadas en el aquí y el ahora, tienen más cosas que decir y lo hacen de una manera más apasionada. Ojalá el Festival sea un acicate para que el audiovisual nacional aprenda de un sector que se mueve en terrenos más complicados. 

Celebración sin autobombo

Las bodas de plata han sido celebradas de manera muy discreta, sin demasiado autobombo. Y, quizás, es una apreciación muy personal, debería haberlo habido, porque en estos 25 años, el Festival de Málaga ha superado muchísimos prejuicios: que si los chillidos de las fans en la alfombra roja (hasta en los Goya han tomado nota), que si sólo vienen actorcillos de la televisión (hoy, guste más o menos, el streaming genera más conversación y popularidad que lo cinematográfico), que si es un festival de comedia porque sólo trae cintas amables (las dos últimas ganadoras, por ejemplo, son películas tan graciosas como El vientre del mar y Cinco lobitos), que si no viene Almodóvar ni ninguno de los grandes nombres (Guillermo del Toro acudió con el Oscar aún caliente en la mano). Hay motivos de sobra para sentirse orgulloso de este certamen, con una personalidad heterogénea y antielitista cada vez más definida, con un público curioso y con criterio. Ahora, 25 años después, con tantos desafíos logrados, toca afrontar algunos nuevos, buscar nuevos horizontes, algo que no pasa necesariamente por ser más ambiciosos y disfrutar de un presupuesto más potente, sino por ser más flexibles e imprevisibles.

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