Aborda un tema, por desgracia de tanta actualidad, como la violencia machista y lo hace con planteamientos originales, acercándose a él desde una óptica abierta mente política y situando en primer término cuestiones de conciencia. Impresionante y con unos diálogos soberbios, no sorprende en absoluto que fuera acogida con elogios por la crítica internacional y que, fruto de ello, lograse el Gran Premio de la Semana de la Crítica y el FIPRESCI en el Festival de Cannes y el Premio Horizontes del Festival de San Sebastián.

Estamos ante una nueva versión, con claros signos de revisión, de una película también argentina, La patota. Si algo está claro en lo que vemos es que este segundo largometraje de Santiago Mitre, que debutó en 2005 con El estudiante, es una prueba inequívoca de su buen hacer y de su lucidez al entrar en un terreno tan delicado. Un logro que no brillaría con el mismo fulgor si no hubiera contado con la excelente interpretación de Dolores Fonzi, que incorpora a Paulina, y Oscar Martínez, que da credibilidad y convicción al personaje de Fernando, su padre. Si bien Mitre ha respetado el esquema primario de la película original, ha modificado de forma sustancial su contenido y los anclajes de la trama, sobre todo eliminando el factor religioso que era clave en el comportamiento de Paulina y en los orígenes de su decisión de perdón.

Para el realizador los temas principales de su película eran la justicia, la marginalidad, el existencialismo, la violencia de género, la clase social y el perdón, que se esconden entre dos puntos de vista, padre-hija, abogada-juez, mujer-hombre. En esencia, se percató de que podía trabajar con los principales planteamientos desde otra perspectiva si construía una fábula con las convicciones políticas como núcleo y sustituyó el lugar ocupado por la religión con otra creencia: la ideología.