La pizarra de Casa Tomás

Este restaurante es conocido por las costillas con papas y piña de millo

Una imagen del restaurante.

Una imagen del restaurante. / Magazine

Cristina Jolonch / Magazine

Costillas con papas (patatas) y piña (mazorca) de millo. Un solo plato, sencillo, proteico y sabroso, atrae a montones de clientes no sólo de Tenerife sino de todas las islas Canarias a esta popular casa de comidas situada en el camino de Portezuelo.

Es la fórmula perfecta; la que quisieran tantos restaurantes sencillos, parecidos a Casa Tomás, que darían lo que fuera por tener un plato en su carta tocado por la suerte del éxito. Algo que justifique el peregrinaje. Aseguran los dueños que no hubo estrategia alguna para convertirse en los reyes de esa elaboración. La carne fi esta, las garbanzas o el escaldón de gofi o son otras especialidades -aquí todo rebosa calorías- igualmente anotados en las pizarras que cuelgan en las paredes. Pero nada, hablando de éxito, comparable al de esas bandejas que salen a ritmo ligero de la cocina y circulan de un lado a otro de los concurridos comedores.

Cuenta Tomás Galván que abrieron el negocio hace 35 años, en otro local. Que él trabajaba en una tienda de tejidos, donde tenía un sueldo modesto y que fue su mujer, Verísima García, quien lo animó a abrir un guachinche, casas de venta de vinos donde las esposas de los bodegueros preparaban algún guiso para que los clientes no tuvieran que probar los vinos con el estómago vacío, y que han ido evolucionando hasta ocupar un espacio en la ruta secreta de los gastrónomos. Ella misma se ocupaba de los fogones, donde la tortilla fue su primera especialidad.

La cosa funcionó y el hombre acabó pidiendo una excedencia para no regresar nunca más al negocio de las telas. Entre las tortillas y los platos de garbanzas acabaron por hacerse un hueco esas costillas procedentes de la matanza del cerdo que hacían los abuelos y que guardaban con sal en unos cajones. El guiso gustó a los vecinos, y el guachinche empezó a tener fama. A los dos años ya se trasladaron al amplio local que ocupan desde entonces.

Más de 1.000 kilos de costilla a la semana y una actividad incansable en la que cuentan con la complicidad de su hijo Víctor. Confiesan que la locura de la cocina y los comedores llenos fue un refugio cuando llegó el mazazo de la muerte de otro de sus hijos, Yeroy, con sólo 16 años. Y ahí siguen.

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