Aunque hay cerámica muy notable en lugares tan castellanos como Talavera, la cerámica conquistó el territorio de los dos extremos peninsulares: Portugal y Valencia. Si ven un zócalo de la clásica cerámica en relieve del XVII, o incluso anterior, en alguna iglesia de Baleares, Aragón o Cataluña, lo más probable es que esa maravilla haya salido de algún taller valenciano. Herencia mora, desde luego, pero sólo en lo que se refiere a algunas técnicas (el reflejo metálico), en Edeta ya se pintaba magistralmente la cerámica siete siglos antes de Cristo y catorce antes de que Mahoma fuera engendrado.

Me gusta mirar en la cara interna de las jambas. En nuestros pueblos las decoran con azulejos de fantasía, para detestar los umbrales y comulgar con un universo de colores, como esos flamencos que llameaban en una casa de Sot de Chera o las aves del paraíso detenidas junto al descansillo de un domicilio de Chulilla. Una vez me pillaron en Gaianes, y la dueña de la casa abrió las puertas para este mirón y le dejó contemplar los zócalos del interior, como un tesoro arábigo o un secreto de boudoir. Aquí hemos puesto cerámica hasta debajo de los voladizos y en los murales publicitarios (la mayoría, desprotegidos).

Pero esos son otros géneros. Ahora me fijo en esos caprichos y devaneos que brotan de lugares escondidos o laterales en penumbra. Como ese gorrino de aire feroz que campeaba en lo alto de una fachada de Requena, o las sirenas de una casa de campo en Cocentaina, que ya les enseñé, o los angelitos, muy varoniles, de un retablo d´El Pinós. A veces representan oficios que ya desaparecieron (el vendedor ambulante, con su costal y su romana a cuestas) o que se practicaron de un modo muy distinto: el vendimiador descubierto junto a una fuente de Teresa del Palancia, o el portador de un gallo de pelea en un ladrillo de Llíber.

La imaginería (a menudo, en la madera suntuosa de las puertas, en el bronce de las aldabas y en los grafitis de las paredes) no siempre es cerámica, porque en ninguna habilidad manual es tan delgado el límite entre lo gracioso y lo cursi, entre el sentimiento y el sentimentalismo atroz. Materia popular, como las canciones, no muy apta para experimentos formales como esos pólipos galácticos que decoran la biblioteca de l´Alcora. Y peligrosa, es decir, interesante. Tampoco sirve de mucho el envejecimiento artificial: la impostura se nota, y si no se descubre, peor.

Algunas cumbres de la gracia cerámica se muestran en los retablos de materia profana. Pueden representar, por ejemplo, la matanza del cerdo u otras ocupaciones menestrales, y no pasa nada si se reproducen con métodos modernos, siempre que se haga con respeto y humildad.