Parada y fonda. Por Emili Piera
Encrucijadas de la Safor
Dicen que el engarce o rótula entre los grandes espinazos Bético e Ibérico está en algún punto de La Drova, en la Safor
![Calle de l´Orxa.](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/9493782f-18df-4c76-9a26-355f217a78d4_16-9-aspect-ratio_default_0.jpg)
Calle de l´Orxa. / e. p.
Yel cambio es más radical aún que en el tránsito de las alturas de Barx a la Valldigna. Vilallonga es un pueblo grato, con unas grávidas espaldas de roca y bosques fragorosos, la huerta de Gandia a sus pies: otra articulación. El espectacular Molí Canyar (ahora negocio de mesa y mantel) marca el comienzo del mundo litoral. La modesta altura y continentalidad del casco urbano de Vilallonga enfría (un poco) las jornadas de invierno. No esta vez: durante todo el fin de semana sopló el poniente. Zumban los densos pinares y tienen promiscuas relaciones con los algarrobos desertados. Casitas y mansiones emboscadas.
Es sábado por la mañana, y por las agradables calles de Vilallonga (buena parte de ellas, peatonales) la gente va de compras. La iglesia parroquial es bonita y está dedicada a los Reyes Magos (que no eran santos, pero algo se les debió de pegar en contacto con el Redentor), pero me parecen más interesantes el calvario, muy montuno, y el santuario de la Mare de Déu de la Font, con una cerámica de privilegio. La gente llena garrafas en la Font dels 16 xorros: seguro que el agua tiene propiedades salutíferas y, en todo caso, es más barata que la del súper. El ayuntamiento es tan gracioso como la casa de un hortelano rico.
La primera vez que estuve aquí encontré en algún lugar que no recuerdo una pequeña plana rocosa acribillada por agujeros y hendiduras de todos los tamaños: karst, boca de colador calizo, un captador de lluvias. También aquí llueve más que en la generalidad del secarral valenciano. No encontrarán, ni a la ida ni a la vuelta, una sola señal que indique el camino a l´Orxa (y en algunos mapas no figura ni la carretera, pero hay dos), sírvanse de la indicación a La Laguna (donde están los restos más antiguos de Vilallonga, del Paleolítico). El desnivel es mareante y en algún momento queda a la vista el castillo de Forna, y siempre, el mar. Pinos y arrayanes, brezos floridos que van del rosa palo al rosa fucsia. Estalla el cromo de las aliagas.
Al pasar a la otra vertiente otoñan las choperas del Serpis en un amarillo en el que el tiempo se abarquilla y reposa. L´Orxa es mucho más pequeña que Vilallonga, pero no menos interesante. Desde estas alturas bajaba, casi se despeñaba, La Xitxarra el tren inglés que unía la regalada Gandia y la odiseica Alcoi. En l´Orxa no hay tanta actividad, pero los paisanos a la puerta del Casino de Baix nos dedican una mirada intencional y sabia, de una ironía muy vieja. Reposan bajo un sombrajo y cruzadas como en una vela de armas, las sillas de plástico de una celebración. Casi desde cualquier calle se ve la cresta del Benicadell. La iglesia actual es una especie de trabajo expiatorio por los excesos inciviles en tiempo de guerra, y perdón por la redundancia. Regresamos por la otra carretera, la que trepa a l´Assafor y va a las fuentes de Bassiets y Oblits, y que se desploma desde los mil metros al mar.
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