Por Emili Piera

Paseo por la Vila Joiosa

Es la Vila por antonomasia, una ciudad que desapareció en la Alta Edad Media, pero que ya había sido poblado del bronce, bastión ibero y la ciudad romana de Allon. Un lugar muy querido, tal vez porque siempre he ido bien acompañado.

Sant Joan

Sant Joan / Emili Piera

Una ciudad gana mucho si te enseñan el patio trasero: sus campos o sus montes. Es lo que me ha pasado a mí con la Vila. Hace años me acompañó el exdiputado verde, Carles Arnal, y vimos un olivo milenario que se desparramaba, mineralmente, sobre el alquitrán del camino, comiéndoselo de costado. Ahora, mis amigos Joaquín y Miguel me llevan desde el monte a un garaje urbano pintado de rosa y de ahí al Mercat Central, forrado de troncos desnudos y obra de Soto & Maroto, arquitectos.

Están cerrando los puestos, pero hay gente en la terraza disfrutando del marisco que acaban de comprar en la pescadería y que les preparan allí mismo. Casi un ensueño. Mientras esperamos al señor Lloret, de familia de tenderos y que tiene él mismo un interesante puesto de delicatessen, me entretengo mirando las casas del Ensanche, anodinas en gran parte, hasta que encuentro una joya: una finca forrada con todas las formas más fantasiosas del gresite. Es como un monstruo marino de los cincuenta que hubiese abandonado el agua y se hubiera puesto de pie. Me encanta.

Lloret tiene el privilegio de vivir en un chaletito. Uno de los muchos que orlaban las grandes arterias de la ciudad (calle Colón y otras) y que fueron cayendo en los sesenta y setenta «per a fer finques». Me cuenta Joaquín que cuando tuestan cacao en la fábrica Valor „la actual es una osada cristalería verdeante„, todos los ámbitos de la ciudad huelen a bombón: un gustazo, pasé mi adolescencia frente a un tostadero de café, que tampoco está nada mal. Después visito una bodega instalada en la nave de una antigua empresa cárnica. El secreto de la Vila es que nunca se creyó del todo que el turismo fuera un maná. Trabajo y ojos bien abiertos. También conserva flota pesquera, aunque sólo sea para aprovisionar a los restaurantes locales. En mi primera visita a la Vila, hace más de treinta años, almorzamos una fuente de pescadito frito, una fuente del tamaño de una pila bautismal. Y les puedo asegurar, porque puedo hacer la comparación, que ni en Cádiz freían así de bien.

Me enseñan un solar donde excavan restos romanos, continuación de los que se dieron a conocer en 2007: las termas de la vieja Allon con sus piscinas y canalizaciones. Y seguimos por una playa reconstruida con arena y donde hay un bonito Hotel Allon, hasta el barrio de Sant Joan, un enloquecido patch-work de colores puros. Damos la vuelta al barrio para seguir el cauce del río Amadorio „un cauce muy adecentado„, al que se asoman más casas en estado de furor afirmativo. Todo el centro histórico de la Vila es BIC.

Volveré, pronto, a la Vila, esta estampa de hoy es como una matrioska, hecha de muñequitas que se contienen unas a otras. Veo La Barbera que es museo de mobiliario e indumentaria antes de abandonar la ciudad por Sant Antoni. «No eres nadie en la Vila si no tienes algo en Sant Antoni», me dice Joaquín.

Dormir

Hotel La cala. Finestrat. Primera línea de playa. A 6 quilómetros de la Vila. 70/80 euros la doble. Tel. 965 854 662.

Comer

Ca marta

En la Vila. Situado junto al puerto y la lonja tiene buena provisión de fruits de mer. Su cocina es, pues, marinera, aunque sin desdeñar las delicias de tierra. Arroces. Tres ambientes distintos. 40/60 euros.

Tel. 966 853 422.

Fiestas

Moros y cristianos. El desembarco y Santa Marta: última semana de julio.

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