Salgo de Sueca por la misma carretera que tantas veces he recorrido a pie o de muchas maneras: Casa dels Misteris, matadero, Sant Roc (procesión el Domingo de Ramos). Puente de hierro pintado de verde. Una focha solitaria. Luego las veré, como las pollas de agua, por docenas en el azud, cuando visitemos los caños de la acequia de los cuatro pueblos (Riola, Fortaleny, Polinyà y Corbera). Se introduce el caqui.

Estos pueblos fueron arroceros antes de volcarse en la naranja, pero el cereal madre aún domina a ambas manos la rectitud de la carretera que va de Fontaleny a Corbera (pero talaron los plátanos que creaban en el estío un agujero de gusano cósmico y verde, un pasillo a la gloria azul de la sierra). La sierra tiene en su falda un castillo romano, almohade, cristiano, renacentista y nada más. Su último servicio lo prestó (tras apuntalarlo con contrafuertes) en un lance de las Germanías. Los agermanats volvieron grupas hacia Alzira al no poder tomarlo.

Pero ahora estamos en Riola, almorzando tan ricamente. Riola y Corbera, como tantos pueblos, vio crecer una corona de adosados y chalés en los años del atobón espasmódico. Los de Corbera trepan la colina donde han sacado a la luz doscientos metros de una muralla del Bronce, de cuando el divino Aquiles arrasó Troya, pero en las cuevas ya enterraban a sus muertos los agricultores neolíticos: yo he acariciado sus hachas pulidas.

En Riola (poble de jornalers, un título al que renunció cuando la gente empezó a considerarse pariente de la reina de Inglaterra o, por lo menos, de Melanie Griffith), esa Riola suministraba segadores a los arrozales de La Camarga, un bar aún lo recuerda. Una vez en Francia, lo cosechaban todo: la uva, la manzana y lo que saliera. Son gente de iniciativa.

Desde el castillo se disfruta la amena Corbera, con la iglesia que guarda la imagen de la Mare de Déu del Castell, aunque tiene no sé qué pleito con los vecinos por un asunto de coronas celestiales. Rastro (los jueves) y polígono industrial. Enfrente, la colina de Sant Miquel, primera iglesia de la comarca y torre mora para asegurar el contacto visual Cullera-Corbera-Alzira. Toda la articulación del poder y el territorio ya la definieron los árabes: hay en el castillo un falso resto de templo pagano a Diana cazadora, un aljibe auténtico que fue oratorio, la mejor torre almohade de Europa (que se puede desplomar como no lleguen las obras de consolidación) y muchos agujeros abiertos por los buscadores de tesoros, mira tú.

Riola está recostada sobre un meandro del Xúquer. Mi abuelo Saturnino tuvo aquí seis hermanos y me encuentro con la sobrina de una antigua novia que tiene sus mismos ojos y es maestra y poeta y se llama Joana. Visito Santa María la Mayor, patrona de Riola (y de Roma), pero sigue mis pasos un sacristán receloso.