El castillo de Benissanó te transporta en el tiempo. No es una expresión hecha, ni siquiera es un recurso fácil para hablar de un castillo. Sencillamente, es así. Todo está -casi – como se dejó a finales del siglo XX cuando se vendió al ayuntamiento el 4 de febrero de 1996. Desde entonces, se han acometido todo tipo de reformas y restauraciones, pero ninguna lo suficientemente invasiva como para sacarte de golpe del ambiente medieval que emana el castillo.

La edificación tal como se aprecia ahora corresponde al siglo XV. Se construyó sobre una antigua alquería musulmana de la que formaba parte la gran torre de más de 30 metros que es el eje central del castillo. A partir de esa estructura inicial se construyó el complejo fortificado, de donde nacían, además, las grandes murallas que rodeaban Benissanó, antes Benixanut.

Quien ordenó esta construcción fue el primer señor del castillo, D. Luís de Cavanilles de Villarrasa, Gobernador General de València que renunció al cargo en 1503 en favor de su hijo. Los Cavanilles fueron los dueños del castillo hasta el siglo XIX, cuando el último de ellos tuvo una hija, y no un hijo, por lo que no pudo dejarla como heredera. Fue un sobrino, Jose María Escrivà de Romaní y Dusay quien lo heredó y pasó de generación en generación hasta finales del siglo XX, cuando lo compró un particular.

Históricamente, el castillo siempre ha sido patrimonio de sus residentes. No exactamente el inmueble, pero sí un pozo que se encuentra en su interior. El Pou de la Salut es ampliamente conocido en la comarca por la propiedad que tenía su agua, sanadora de enfermedades hepáticas, como la ictericia. De hecho, fue precisamente este pozo lo que empujó al señor árabe de Benixanut a construir su alquería aunque hoy ya esté seco.

Sin embargo, el castillo de Benissanó es conocido por un hecho histórico en el marco de la Batalla de Pavía, en 1525. Allí se enfrentaron las tropas francesas de Francisco I contra las tropas germano-españolas de Carlos V. El ejército español venció y según cuenta la historia, entre los presos de guerra detectaron uno con un perfil particular: noble y con grandes ropajes, supieron que se trataba del mismísimo Francisco I, rey de los franceses, que fue subido a un barco desde Italia y llegado a la península a través de València.

La idea era llevarlo a Madrid y hacer noche en el castillo de Buñol. En algún punto del plan, el recorrido cambió y pernoctó en Benissanó donde fue tratado como un rey y se le dispusieron sus propios aposentos en la primera planta. Cavanilles organizó un gran baile en su honor y quiso que sus dos hijas bailaran con el rey, a fin de esposar a alguna de las dos con el francés. Sin embargo, ellas se negaron y se ausentaron de la fiesta. Hasta nuestros días ha trascendido cómo su padre, hecho una furia, salió a por ellas y las devolvió al gran salón cogidas por el pelo. Tanto marcó esta historia el linaje de la familia que en el escudo de Cavanilles que figura sobre la chimenea del salón aparecen dos brazos que sostienen dos cabelleras. «La soberbia de vos, matará a las dos», le dijo el padre a sus hijas por tan gran osadía.