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Vadocañas marca el perímetro

El puente medieval de Vadocañas, con origen romano, no da pie al error: comunica las dos comunidades autónomas, Castilla La Mancha y la Comunitat Valenciana, sorteando el río Cabriel, barrera natural entre los dos territorios. El paisaje requenense bien vale el desplazamiento hasta el puente centenario.

Puente de Vadocañas. Fernando Bustamante

Silencio. Es lo que se percibe en el entorno del Valle del Cabriel. Ningún núcleo urbano está lo suficientemente cerca como para trasladar a la naturaleza cualquiera de sus vicios: vehículos, residuos o humos. Solo hay silencio, roto por el rumor del agua que discurre en el Cabriel, con un caudal abundante para la geografía valenciana. Uno de los puentes más significativos que lo cruzan durante todo su recorrido es Vadocañas, cuyo origen data del siglo XVI según las primeras referencias encontradas en los escritos. Ya entonces funcionaba como aduana entre dos reinos y se sabe que hubo una -o incluso varias- pasarelas antes que ésta, pero no se conoce con exactitud si pudo estar en la misma ribera o algunos kilómetros más arriba. El Imperio Romano construyó uno en la zona, pero no se ha podido certificar el emplazamiento que tuvo.

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Las grandes crecidas del Cabriel a lo largo de su historia impiden que se haya podido realizar una cronología de los puentes que cruzaron el río. El de Vadocañas perduró en el tiempo gracias a su construcción en roca, reposada sobre los márgenes y sus 33 metros de largo, un único ojo, lo que le convierte en uno de los pocos puentes en España aún en pie con esta arquitectura.

El puente es una frontera natural entre Castilla-La Mancha y la Comunitat Valenciana. Iniesta es la población manchega más cercana y Venta del Moro la valenciana. El Parque Natural de las Hoces del Cabriel es el marco que rodea este enclave y se puede acceder a través de pistas forestales -practicables para los vehículos- desde ambas localidades. Desde Venta del Moro son 40 minutos en coche; 1 hora y 6 minutos en bicicleta y 3 horas y 54 minutos a pie. En cualquiera de las modalidades, el paisaje del parque natural vale la pena, con grandes vistas y bosques, así como campos agrícolas de vid, olivos y almendros.

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Una vez llegados al puente -si el cierre perimetral dictado por la pandemia lo permite- se puede cruzar a la orilla manchega, donde se encuentra una venta del siglo XVIII en ruinas aunque con ciertas estructuras, como las caballerizas, en pie. También se ven las ruinas de un antiguo molino y algunas casas que han sucumbido a la vegetación tras años abandonadas.

El baño esta prohibido en algunas zonas por la corriente oculta que existe tras una aparente superficie tranquila. Sin embargo, sí existen recodos y pequeñas playas donde poder bañarse en el agua, limpia y con una gran presencia de nutrias, blenios y truchas, así como las cabras montesas que habitan por todo el Parque Natural de las Hoces del Cabriel.

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