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Serra d'Irta: donde la tierra se funde con el mar

A lo largo de 13 kilómetros entre Alcossebre y Peñíscola, la Serra d’Irta es un refugio que huele a naturaleza, a verano, a libertad. Es una de las escasas zonas que quedan sin urbanizar en la Comunitat Valenciana y solo por eso bien merece una visita: el Mediterráneo y la tierra conectan y se integran aquí, en sus calas, cuevas y pequeños farallones siempre custodiados por la inmensidad de las montañas.

SERRA D’ IRTA Fernando Bustamante

La Serra d’Irta es uno de esos lugares que una vez se visitan permanecen en la memoria durante el resto del año. Es el olor, el color, las sensaciones de libertad y verano, de vacaciones y tiempo libre. Puede visitarse solo durante un día y parecerá que ha pasado una semana, gracias al amplio catálogo de paisajes y sobre todo, por la tranquilidad que emana el mar, que detiene los relojes y ordena los pensamientos. La Serra d’Irta es un pequeño tesoro del que cuesta escribir, por el recelo de que permanezca siempre tal y como está; ajena a las masificaciones y colas. A lo largo de sus 13 kilómetros, son innumerables las playas, calas y zonas de baño que aparecen por los senderos costeros, y tantas o más opciones existen para conocer las cumbres y fortificaciones que se extienden a lo largo de este oasis que comienza en Alcossebre, al sur, y termina en Peñíscola, al norte. En el interior la custodian Alcalà de Xivert y Santa Magdalena de Pulpis.

Panorámica de la Serra d'Irta

La Serra d’Irta es una rara avis en la Comunitat Valenciana. Inexplicablemente quedó al margen de las ansias urbanísticas de construir en primera línea de playa, una intención que quedó truncada definitivamente cuando en 2002 fue declarado parque natural por el Consell. Así, las 12.000 hectáreas que ocupa junto a la Reserva Marina, son vírgenes, solo salpicadas por algunas construcciones como el Camping Ribamar, pero el resto datan de siglos atrás: el castillo de Alcalà de Xivert y de Polpis, así como las torres vigías de Badum y de Ebrí datan del siglo X-XI durante la ocupación árabe. Estas fortificaciones fueron usadas posteriormente por los almorávides y por la Orden del Temple y de Montesa. Hoy solo se utilizan como enclaves desde donde contemplar el Mediterráneo.

La Cala Amagada, con un acceso no tan evidente desde las sendas, es un remanso de paz en el Mediterráneo. | A.S.

Gracias a la roca blanca calcárea que caracteriza este terreno, el mar y la tierra se han fusionado suavemente y a lo largo de los 13 kilómetros de costa, la altura de los acantilados es escasa, por lo que prácticamente toda la costa es accesible, a excepción de los 572 metros que alcanza el pico Campanilles. Por eso, no es de extrañar que además de gráciles calas, se formen cuevas, montículos y farallones que se integran y entremezclan con el mar.

Las opciones para conocer esta sierra son múltiples gracias a la cantidad de caminos, pistas y sendas que discurren por las laderas de las montañas. También en el mar hay múltiples opciones para conocer el entorno, bien sea con kayacs, motos de agua o haciendo submarinismo.

La Torre Badum, construida por los ára- bes, custodia la costa de la Serra d’Irta de norte a sur. | L-EMV

Sin embargo, lo más habitual sigue siendo ver a aquellos que se desplazan a pie, en bicicleta o incluso en coche, la opción menos recomendada pero todavía permitida. Este año el consistorio restringió el acceso al parque natural en días de máxima afluencia a fin de evitar que los vehículos colapsaran las pistas forestales que conectan Alcossebre con Peñíscola. Por eso, la opción recomendada y más sana es la de agua, bocadillo, toalla y cangrejeras: el paseo, que puede extenderse tanto como queramos, permitirá parar en cualquier momento a refrescarse en una de sus calas. Las hay de arena, de roca y de cantos rodados, donde se puede encontrar todo tipo de conchas y caracolas en perfecto estado.

Así, la entrada al parque natural se encuentra al norte de Alcossebre y la primera zona de baño es la Cala Blanca, habitualmente llena de gente por su cercanía a la localidad. A continuación está el Faro de cala Mundina, desde este punto nace la senda costera que nos dejará caer sobre todas las playas y cuevas que tiene Irta: la playa de rocas de Serradal, la cala begoña, la famosa cala Argilaga y la Cova Nova o Cala Amagada. La playa de la Bassseta es extensa y tras ella se encuentra la cala Wiketete; la playa del Pebret y la de Ull de Bou, ya en el término municipal de Peñíscola, dan paso a la Torre Badum que vigila desde las alturas, uno de los puntos indispensables de la visita aunque algo complicado de alcanzar a estas alturas del recorrido. Bien merece una visita aparte.

sERRA D’ IRTA donde la tierra se funde con el mar POR Amparo Soria valència

De hecho, hay dos rutas circulares clásicas y fundamentales para cualquiera que quiera conocer en un solo día la sierra. La primera de ellas parte desde Peñíscola y se realiza a pie a por el Mas del Señor hasta la Torre Badum, lo que nos permitirá disfrutar de estas agradables vistas de la costa. La antigua senda conduce hasta el Clot de Maig y la playa del Pebret, el final de la senda. Son 15 kilómetros y tiene una duración de 4 horas.

La otra opción parte desde Alcossebre y también es circular. Nos llevará por el Faro de Irta, la Cala Cubanita y la Font de la Parra. Parte de la cala blanca y se discurre en paralelo al mar, atravesando el barranco de Malentivet, la Cala Mundina y hasta la playa del Serradal. De allí hasta Cala Cubanita para finalizar en la Font de la Parra. Tiene 13 kilómetros, la dificultad es muy baja y el tiempo estimado es de 3 horas de duración, sin parar en las playas.

Con ruta señalizada o sin ella, se trata de disfrutar de este paraje incomparable y natural. Los pinos carrascos copan las laderas de las montañas, y se fusionan en la costa con los palmitos, el tomillo, el romero o la aliaga. Ardillas, jabalís, zorros y tortugas son las especies de fauna que viven en este entorno y para los que existen abrevaderos a lo largo de la sierra. Un paraje que es un oasis en la costa sobreurbanizada de València y Alicante y que demuestra que los paisajes naturales sí pueden convivir con las personas desde el respeto, el cuidado y la admiración.

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